MI SAN GENNARO
ROBERTO SAVIANO
¡ Cara amarillenta! ¿Y ahora qué, ya te enojaste? ¡No te hagas el loco, San Gennaro, o te bajo de tu pedestal!”. Lo que me impresionó la primera vez que me llevaron —un 19 de septiembre— a presenciar la licuefacción de la sangre fueron los insultos. Decenas y decenas de mujeres imprecaban al santo para provocarlo y obligarlo a cumplir con su deber. Los napolitanos ven en el milagro un acontecimiento único que se repite desde hace siglos, cada año, siempre igual y siempre el mismo día, simbolizando lo excepcional de un hecho que trasciende las costumbres cotidianas. Y este suceso vulnera, con toda su fuerza, la opacidad de la vida. En una ciudad desesperada, en la que a menudo la voluntad y el individuo terminan devastados ante la imposibilidad de acción, el Santo representa la esperanza, la oportunidad, la certeza de que tarde o temprano alguien intervendrá con una fuerza superior y que algo empezará a ir mejor. Sobre la relación entre el milagro fallido y las desgracias, incluso existe un estudio científico —o casi— que se remonta a 1924. Il miracolo di S. Gennaro (El milagro de San Gennaro) de Giovanni Battista Alfano y Antonio Amitrano reporta que durante los años en los que el milagro no se verificó Nápoles terminó siendo castigada con 22 epidemias, once revoluciones, tres sequías, una invasión turca, trece muertes de arzobispos, tres persecuciones religiosas, siete tempestades fatídicas, nueve muertes de pontífices, once erupciones del Vesubio, 19 terremotos, tres carestías, cuatro guerras. Naturalmente, para los no creyentes existe una explicación racional. La revista Nature reporta los resultados obtenidos por un equipo de investigadores que ha reproducido en laboratorio la composición de la sangre del santo, utilizando únicamente ingredientes que era posible encontrar en el siglo III: cáscaras de huevo, sal de cocina y carbonato de hierro. Por un fenómeno conocido con el nombre científico de tixotropía, la licuefacción se verifica al agitar el compuesto coagulado. Sin embargo, el problema es que, en general, dicho compuesto caduca luego de unos años. La solución a la respuesta se encuentra en el análisis del líquido que está contenido en las ampollas, pero la Iglesia no permite la extracción de una muestra, argumentando que dicha operación podría causarle daño al líquido, a pesar de que ha sido precisamente la Iglesia la que durante años ha manifestado sus dudas respecto al milagro. Durante el Concilio Vaticano II, incluso decidió suprimir del calendario a San Gennaro, pero encontró una abierta oposición de la comunidad napolitana, que ya estaba lista para emprender la lucha si su santo no era restituido al lugar que le correspondía. Así, la Iglesia tuvo que dar marcha atrás, pero degradándolo —pocos lo saben— al rango de santo local. Pero esto poco cambia para los napolitanos. Norman Lewis en esa obra maestra que es Napoli’44 (Adelphi) escribe: “Desde hace catorce siglos, a partir de su martirio en Pozzuoli, San Gennaro circunscribe su actividad milagrosa a la ciudad de Nápoles. Y se tiene la plena convicción de que no moverá ni un solo dedo para salvar al resto del mundo de la destrucción”. San Gennaro, como escribía Matilde Serao, “es un amigo del cielo” y casi no tiene nada que ver con los santos a los que la tradición cristiana nos ha acostumbrado. San Gennaro es alguien al que en verdad se le puede pedir cualquier cosa. Que un robo llegue a feliz término o que la pastiera salga buena. Se le pide sanar o concebir un hijo (aunque los napolitanos, para lograr este milagro, también se lo solicitan a Santa Maria Francesca), detener la lava, purificar las calles de la peste y del cólera pero también adivinar los números de la lotería. Invocarlo no es un recurso extremo al que se recurre únicamente para las cuestiones más importantes, porque San Gennaro le da cobijo a todo y escucha a todos. Y, sobre todo, no juzga. Escucha y provee. No le impone a sus devotos una rígida observancia práctica. Es un santo caprichoso que protege a la ciudad y a sus habitantes, no en cuanto buenos cristianos o fieles dignos sino en cuanto napolitanos y ya. Y, además, está muy enojado con el resto de la región que lo traicionó, que lo asesinó. San Gennaro fue decapitado el 19 de septiembre del año 305 en Pozzuoli. La leyenda narra que inmediatamente después de la decapitación, una devota suya de nombre Eusebia recogió la sangre del mártir y la conservó en dos ampollas. Los restos de San Gennaro fueron robados por los habitantes de Benevento en el año 315, porque los samnitas lo consideraban su paisano ya que había sido obispo de la capital de Campania, y sería hasta 1497 que regresarían a Nápoles. El primer milagro del que se tiene noticia aconteció en 1389; en 1631, cuando las ampollas con la reliquia estuvieron expuestas mientras ocurría una erupción del Vesubio, la lava se detuvo en el Ponte dei Granili sin entrar en la ciudad. Norman Lewis, oficial británico que prestaba su servicio en el sur de Italia, describe el comportamiento de los habitantes de San Sebastiano, pequeña municipalidad a los pies del Vesubio que, para detener la lava, utilizaban la efigie de su santo patrono. Pero de reserva y
bien escondida bajo un lienzo —para que San Sebastiano no se ofendiera—, también sostenían una imagen de San Gennaro, el as bajo la manga que solo mostrarían en caso de peligro extremo porque pedirle la gracia al santo fuera de los muros de Nápoles siempre es un riesgo, dada su atávica aversión por la provincia.
Una de las narraciones más hermosas sobre el santo y la ciudad la escribió Matilde Serao en la pequeña obra maestra San Gennaro nella leggenda e nella vita (Palomar). Recuerda que Nápoles tiene 50 patrones, dado que para una ciudad tan grande y difícil necesitamos muchos santos. Un patrón para cada tipo de desgracias. Pero solo San Gennaro recibe todas las peticiones, todos los agradecimientos y todos los regalos. Los obsequios que nobles, burgueses y plebeyos le han llevado y siguen ofreciéndole han creado un tesoro famoso en todo el mundo. En el tesoro de San Gennaro hay algo que es considerado un artefacto de valor inestimable: la mitra, el tocado episcopal creado por un orfebre del siglo XVIII con 3 mil 700 rubíes, esmeraldas y diamantes engarzados, para cuya elaboración se recolectaron (entre el pueblo, el clero, los artesanos, los nobles y el soberano) 20 mil ducados. Pero la pieza más fina es el collar de San Gennaro, quizá la joya más preciosa en el mundo. Un collar con gruesas cadenas en oro macizo de las que cuelgan cruces inundadas de zafiros, diamantes y esmeraldas donadas por Carlos de Borbón, por los príncipes de Sajonia, por María Carolina de Austria, por José Bonaparte, por Vittorio Emanuele II de Saboya. Incluso el hermano de Napoleón no podía menos que rendirle un homenaje a la ciudad a través de la ofrenda a su santo. En Nápoles, donde incluso las macetas con plantas que adornan las entradas de los hoteles o de las tiendas de lujo tienen que ser encadenadas y afianzadas con enormes candados para evitar robos, el tesoro de San Gennaro nunca ha sido tocado. Es más, el tesoro ni siquiera se pudo robar en Operación San Gennaro, divertidísima película de Dino Risi, en la que Dudù (Nino Manfredi) debía robarlo, en combinación con una banda de estadunidenses y bajo las indicaciones de Totò. Dudù le pide permiso al santo antes de aceptar robar el tesoro junto con los estadunidenses y en un rayo de sol que ilumina la estatua del santo vislumbra su asentimiento.
Durante la guerra, el oro fue puesto bajo el resguardo de El Vaticano. La ciudad continuamente era bombardeada. El 4 de abril de 1943 una bomba cayó sobre la Catedral. Concluida la guerra, los napolitanos solicitaron la recuperación del tesoro. Pero era imposible transportar una carga de joyas con un valor estimado en la época de 3 mil millones de liras, a través de calles destruidas, infestadas de malvivientes, sin poder contar con la ayuda de policías o carabinieri porque no había suficientes elementos. Se ofreció Giuseppe Navarra, pequeño camorrista, ex buzo de físico robusto, llamado “El rey de Poggioreale”, que se había enriquecido traficando, primero en Marsella y luego en Nápoles, por cuyas calles conducía un Alfa 2880 que había pertenecido a Mussolini. Navarra partió hacia Roma acompañado por el nonagenario príncipe Stefano Colonna di Paliano, vicepresidente de la Deputazione di San Gennaro. Durante el viaje de regreso a Nápoles, primero los detuvo una crecida del río Garigliano y, luego, dos malintencionados. Pero Navarra salió adelante en la empresa y rechazó la recompensa que le ofreció el cardenal: “Me es suficiente con el honor de haber servido a San Gennaro y a vosotros; el dinero, dénselo a los pobres”.
El día de San Gennaro es aquel misterio dentro del cual existe Nápoles. Una tierra que se licua y se vuelve a coagular, que posee una consistencia indefinible, nunca irrefutable, sólida. Y que, no obstante, fluye de vida verdadera, contagiosa. Entre más cae en el abismo sin reglas, cruel, más parece capaz de renovarse. San Gennaro está para ti, incluso si no te lo mereces. No debes conquistarlo. Eres amado y, acaso, favorecido. El misterio de San Gennaro reside todo aquí. En esta increíble ambigüedad. En la desesperación de una ciudad que lleva una vida tan dura, tan caótica, que debe dirigirse a un santo para imaginarse que ha encontrado una regla.