Catástrofe y palabra
Era su hogar. Tanto sus posesiones como sus recuerdos están sepultados en esos escombros que desprenden humo. Agraviada por ese intenso e inesperado sufrimiento, la mujer estalla, blasfema, encara a su Dios, pero, de pronto, repara en los lamentos y laceraciones de sus dos viejos vecinos y un resorte inesperado la saca de su doloroso ensimismamiento y la empuja a ayudar. El dolor no esperado, ni calculado, provoca el mayor de los estupores y genera una muda y explosiva mezcla de desconcierto, incredulidad e ira. La catástrofe natural es una de las formas más repentinas y violentas de infligir dolor colectivo y su impacto suele cambiar radicalmente (piénsese en el impacto del terremoto de Lisboa en el pensamiento de su época) las formas de intelección, percepción y relación con los demás. Si en la antigüedad la catástrofe se vinculaba al hecho religioso, afinaba la conciencia del prodigio y la fatalidad y ligaba al individuo con el orden y desorden cósmicos, en una vida moderna gobernada por nociones de racionalidad, lógica, merecimiento y retribución, la discontinuidad insólita de la catástrofe resulta casi inasimilable. El acontecimiento anómalo y el dolor sorpresivo alteran la regularidad y aguzan hasta el límite la concepción de vulnerabilidad. La catástrofe subvierte el orden y, bajo su desgobierno, se experimentan miedos (y solidaridades) ya no mediados por la urbanidad sino radicalmente espontáneos, donde afloran el instinto egoísta o el más extraño y esperanzador altruismo. La catástrofe entra por el cuerpo de los afectados o por los ojos de los testigos, no hay manera inmediata de verbalizarla o darle significado. Se trata de una amenaza no solo a la vida, sino al entendimiento, a la capacidad de articulación del lenguaje y a la fe misma. Tal vez el arte proporciona una aproximación a medio camino en el misterio de la catástrofe, permite acercarse a su aliento oscuro y caótico, pero también vuelve a civilizar al mostrar el despertar de recursos y facultades insospechadas de empatía, al retratar la semejanza ante el sufrimiento o al plasmar los sentimientos de compasión y cooperación entre desconocidos. Así, se le puede restituir el significado a la catástrofe tratando de devolverle la palabra, pues al condolerse, al participar de la manera que se pueda en la remisión o el lamento de una desdicha, se aparta de su confinamiento al dolor y se pasa del acto inercial del azoro al acto humano del acompañamiento.