LA LEY DE FORCELLA
En las primeras páginas de La banda de los niños (Anagrama), su más reciente novela, Roberto Saviano describe la calle de Forcella, en Nápoles, donde el mar es surtidor y alcantarilla de una sola vez: “Una calle símbolo. De muerte y resurrección. Te acoge con el retrato inmenso de San Gennaro pintado sobre un muro, que desde la fachada de una casa te observa entrar, y con sus ojos que todo lo comprenden te recuerda que nunca es tarde para levantarse”.
Bajo esta mirada, un grupo de jóvenes que apenas han cumplido quince años se ponen a las órdenes de un traficante de hachís y más tarde inician una carrera delincuencial por su cuenta que se parece a una empinada pendiente de la que no hay vuelta atrás. Estos niños tienen padres acostumbrados a la medianía, se enamoran, asisten a la escuela, tienen espíritu de cuerpo y… cargan pistola. No juegan a ser adultos, juegan a ser capos de la Camorra, a fundar una Familia.
Con la misma soltura con la que capturó ese mundo paralelo de Gomorra, Saviano construye una novela adonde van a dar los emblemas de la sociedad napolitana: el contrabando, la extorsión, el respeto al más fuerte, la ley de la sangre, la superposición de realidades nuevas sobre realidades viejas. Como dice uno de esos niños en mitad de una clase: “El amor es un vínculo que se rompe, el temor no abandona nunca”. En otras palabras: el ascenso social se hace mejor con el miedo.