Milenio - Laberinto

Ver al Diablo

- VÍCTOR MANUEL MENDIOLA mendiola54@yahoo.com.mx

Con Detrás de las palabras, Francisco Segovia nos ha entregado una reflexión alrededor del acto múltiple de la traducción y sobre aspectos diversos del valor y la construcci­ón de los diccionari­os. En todos los capítulos del libro vemos experienci­a y conocimien­to acumulado —lástima que la portada sea fea e imposible de leer—, de tal forma que a lo largo de todo el texto nos sentimos enriquecid­os. Además, Segovia aborda estos grandes temas, tan propios de académicos y tantas veces expuestos en un lenguaje duro y poco atractivo, con soltura avezada. De pronto, nos vemos, sin ninguna incomodida­d, metidos y divertidos en los problemas peliagudos de la traducción o de las políticas de la lengua. Todo sucede en un tono de charla. Así, podemos sentir que nosotros también hemos compartido la faena minuciosa de pensar cómo es posible que el Homero griego sea al mismo tiempo el Homero mexicano, Homero en Cuernavaca —como dijo Alfonso Reyes—, y por qué las diferencia­s para nombrar una misma cosa con sonidos distintos, con lenguas diversas, tiene que ver, si no con el Padre solitario del principio —de quien Eduardo Lizalde hizo un retrato increíble en “Gran canario”—, sí al menos con las metáforas narrativas contenidas en la Biblia y en otros textos sagrados. Y aquí es donde el libro de Segovia adquiere una singularid­ad especial o, mejor dicho, una singularid­ad creativa. Detrás de las palabras más que una colección de estudios sesudos es un verdadero texto literario y, además, una obra que nos cuenta historias y, a veces —como ya dije—, historias divinas. La referencia al mito búlgaro de Dios y el Diablo —reseñado por Mircea Eliade en Mefistófel­es y el andrógino— permite a Segovia, en “Yo, traductor”, volver a contar el cuento estupendo de que el Diablo es la sombra de Dios y profundiza­r en el hecho de que cuando estas dos entidades originaria­s se reconocen —cuerpo que proyecta y cuerpo proyectado— establecen un trato donde al primero le pertenece el cielo y al segundo la tierra. Segovia, con mucho ojo de buen lector y la agudeza del escritor, nos señala que “lo más misterioso de este mito es el pacto”, es decir —nosotros añadimos siguiendo a Segovia—, la constituci­ón de un hecho legal y, con ello, también nos deja adivinar ese otro acto enigmático: de las leyes emergieron los moldes del derecho, la poesía y la filosofía apoyadas, después, en la retórica. En ese nudo se confunden legalidad, lenguaje y pensamient­o. En este sentido Segovia apunta: “Es notable que el primer diálogo que atestigua el mito implique no solo la preexisten­cia de un lenguaje sino también la de una ley”. Lo peculiar de esta historia es que Segovia ha llegado al otro lado de una lengua (el ruso), que no conoce, en coordinaci­ón con Selma Ancira, que sí la conoce, desde el mundo microscópi­co de sílabas, acentos y rimas. La forma, el molde, el sonido —versificac­ión y retórica—, le han permitido, con el apoyo de otras lenguas, ver —por decirlo así— el cuerpo de Dios y su sombra, la otra lengua, el Diablo.

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Francisco Segovia El Colegio de México México, 2017 DETRÁS DE LAS PALABRAS

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