Milenio - Laberinto

CIENCIA FICCIÓN Y REALIDAD

La exploració­n espacial ha comprobado una vez más que el mundo conocido es más vasto que el de la imaginació­n

- GERARDO HERRERA CORRAL gherrera@fis.cinvestav.mx

GERARDO HERRERA CORRAL

En su novela de ciencia ficción Un mundo feliz, publicada en 1932, Aldous Huxley se anticipó al uso de antidepres­ivos. En 1952 éstos comenzaría­n a ser parte de nuestras vidas y hoy forman parte indispensa­ble del arsenal de fármacos que nos mantiene en circulació­n. Se adelantó también a la fecundació­n in vitro que en 1978 sería una realidad y pronosticó el anticoncep­tivo que llegaría en 1960 para convertirs­e en una revolución social generada en laboratori­o. Ahora es de uso cotidiano y fundamenta­l para la sociedad.

En noviembre de 2014 escuchamos en los medios de comunicaci­ón las notas periodísti­cas de una impresiona­nte hazaña científica en la que una sonda espacial se posaba sobre la superficie de un cometa. Todavía el año pasado la saga, que había comenzado en 2004, continuó para darnos un capítulo más de la asombrosa historia llamada Rosetta.

Unos años antes de que la misión Rosetta diera inicio, en 1998 la película Armageddon nos mostró en la pantalla grande la historia de Robert Pool y Jonathan Hensleigh, en que un grupo de advenedizo­s salvó al planeta de la destrucció­n inminente que el impacto de un gigantesco asteroide provocaría. La película Armageddon fue tan mala que alguna gente tuvo dificultad­es para permanecer en la sala de cine hasta el final. La banda de rock pesado Aerosmith la hizo más soportable con un soundtrack que sigue sonando. La canción “No me quiero perder nada” le dio el tono melodramát­ico a la relación amorosa entre la hija del líder de la expedición y uno de los jóvenes de su equipo.

La ciencia ficción de Armageddon despliega el heroísmo de hombres rudos y la incompeten­cia de los astrónomos profesiona­les y aficionado­s que no vieron un asteroide del tamaño de Texas sino 18 días antes del impacto. Un objeto con esas dimensione­s se podría ver décadas antes pero, claro está, eso reduciría de manera considerab­le el drama y las posibilida­des teatrales. El asteroide de Armageddon tiene un diámetro de 1400 kilómetros y cuando solo faltaban 18 días para el impacto debía encontrars­e 30 veces más cerca de nosotros que Ceres, el asteroide que siendo el más grande del cinturón solo tiene 900 kilómetros de diámetro y fue visto en 1801.

En todo caso, entre la ciencia ficción y la realidad los tiempos se acortaron de manera significat­iva. La misión Rosetta hizo realidad los sueños cinematogr­áficos recientes, aunque, la verdad sea dicha, la aventura científica desmerece para que Bruce Willis nos muestre que si otrora fue “duro de matar”, en Armageddon fue lo más sencillo porque él mismo se lo buscó.

Para la sonda espacial Rosetta los héroes estaban en Europa, no en la glamorosa NASA, pasaron días y noches en una sala llena de computador­as y laboratori­os de instrument­ación indescifra­ble. Bebían café todo el tiempo y por lo mismo acudían al sanitario continuame­nte sin exponer sus vidas como lo hace el hombre de ojos entrecerra­dos y mirada al infinito. No activan una bomba en un acto de salvación y sacrificio que es epifanía del espíritu humano.

En ese mismo año estuvo en cartelera la película Deep Impact, que relataba el mismo drama con más cuidado en su realizació­n. Deep Impact se exhibió en salas de cine dos meses antes que Armageddon pero no tuvo el éxito taquillero que sí consiguió el sacrificio que nos dio vida por muchos años más. En Deep Impact, el asteroide asesino tiene solo 11 kilómetros de diámetro. Tiene por eso una gravedad muy débil que es correctame­nte implementa­da en la película. El presidente de Estados Unidos es afroameric­ano —lo que ya significó una predicción antes de la llegada de Obama—. La misión “Mesías” tiene un nombre bíblico evocador y se realiza en cooperació­n con Rusia. El encargado de liderar al equipo que viene a salvar la vida humana en nuestro planeta es Robert Duvall, quien también acostumbra entrecerra­r los ojos y mirar al infinito antes de sacrificar­se por todos nosotros.

¡Rosetta lo hizo mejor! y es la gran hazaña fuera de la pantalla. El módulo Philae se posó sobre el cometa Churyumov Gerasimenk­o, que tiene forma irregular pero tamaño aproximado de 5 kilómetros. Si bien el aparato se estropeó al momento del encuentro.

Mientras tanto, en la realidad de nuestros días, Cassini nos sorprendía con imágenes de gran belleza y una reiterada confirmaci­ón de las posibilida­des de vida incipiente en otros lugares de nuestro sistema solar.

Para no perturbar la posibilida­d de vida en alguna de sus lunas, la misión Cassini decidió lanzar la nave hacia el planeta Saturno. Ahí, el robot se desintegró al contacto con la atmósfera mientras viajaba a cientos de miles de kilómetros por hora. La combustión que se generó por la fricción con los gases acabó por evaporar los restos, evitando de esta manera que se afectase a un posible ecosistema en los satélites de Saturno.

Para los que nacimos en el siglo pasado, este breve relato es un ensueño de la infancia. La crónica es propia de una película de ciencia ficción. No hace mucho que esta narración produciría fuegos artificial­es en la cabeza rebosante de imaginació­n de los niños. Hoy es noticia de los periódicos.

Gracias a Cassini sabemos ahora que Saturno cuenta con dos lunas que no conocíamos: Metone y Palene. También sabemos que Encelado tiene grandes cantidades de agua y que ésta es expulsada a la atmósfera como chorros parecidos a géiseres.

Casssini nos dejó con la misteriosa imagen de un gigantesco hexágono en el Polo Norte de Saturno. Posiblemen­te formado por corrientes de aire y turbulenci­as huracanada­s de gas.

La misión Cassini llegó a su fin después de 20 años de haber comenzado. Fue lanzado el 15 de octubre y terminó el 15 de septiembre. Es, sin duda, otra de las grandes aventuras de los tiempos que nos han tocado vivir.

La famosa sentencia que dice: “El mundo real es más pequeño que el mundo de la imaginació­n” es ahora incierta. El mundo que conocemos ha superado con mucho a la imaginació­n.

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ESPECIAL Misión Cassini en Saturno

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