Apocalipsis y paraíso
Rebecca Solnit (1961) es una escritora norteamericana cuya curiosidad anfibia y fluida pluma conectan los temas aparentemente más alejados. Es autora, por ejemplo, de Wanderlust, un exitoso libro sobre el arte de caminar, y de la polémica de género Los hombres me enseñan cosas (ambos en la editorial española Capitán Swing). En su libro A Paradise Built in Hell: The Extraordinary Communities that Arise in Disaster, Solnit observa el comportamiento social en cinco catástrofes: el terremoto de San Francisco en 1906; la explosión de Halifax en 1917; el sismo de la Ciudad de México en 1985, el atentado terrorista en Nueva York en 2001 y el huracán Katrina en 2005. A partir de este recuento, Solnit concluye que en estas situaciones límite, más que el miedo o el egoísmo, lo que prevalece es una fraternidad instintiva. Para Solnit, ante la dislocación del orden y las jerarquías convencionales, suele maximizarse la solidaridad social y tienden a formarse comunidades espontáneas de gran altruismo y sorprendente eficiencia. Porque las catástrofes sacan al individuo de sí, infunden un sano sentido de las proporciones, restituyen el sentimiento de comunidad, incitan el activismo de los jóvenes, hacen aflorar heroísmos anónimos y, en medio de la destrucción y la mortandad, conminan a una extraña gratitud y alegría por vivir. Solnit dice que la forma en que el individuo concibe a sus semejantes influye de modo determinante en su actuación durante una emergencia. Sugiere, también, que para las autoridades o los grandes medios de comunicación resulta más difícil identificarse con la víctima de un desastre o el activista voluntario y llegan a observar una amenaza subversiva en estas muestras de autonomía social o, bien, las reducen al espectáculo más chabacano. Para Solnit, el aspecto prodigioso de las catástrofes consiste en que las formas de interacción virtuosa que generan, de lograr replicarse en tiempos normales, permitirían materializar cualquier utopía. Por eso, el infierno que implican los desastres permite, sin embargo, vislumbrar un paradójico paraíso. Hay que decir que el libro de Solnit incurre a menudo en reduccionismos (autoridades inviablemente malas, sociedad civil buena), inexactitudes y lugares comunes (notorias en el caso de México) y cierta cursilería políticamente correcta; sin embargo, su ambición, pasión y novedad lo vuelven, pese a estos deslices, una urgente y esperanzadora pedagogía sobre el desastre.