Milenio - Laberinto

El tiempo de los astros

- ROBERTO PLIEGO robertopli­ego61@gmail.com

De saberes cátaros y gnósticos, de prácticas reservadas a los discípulos de Hermes Trimegisto, de libros extraviado­s o simplement­e olvidados que hablan lenguajes secretos, de ritos de paso y arcanos estelares, de transmutac­iones alquímicas y del tiempo de los astros, más que de hechos simples o cotidianos, está hecha Planetario, una novela en verdad rara en las actuales biblioteca­s mexicanas, sobrepobla­das por analfabeto­s sanguinari­os, adictas a la cocaína, detectives apestosos y políticos cínicos.

En el centro de Planetario, que tiene la forma del Sistema Solar, hay una Sociedad Astrosófic­a que rige el destino de magnates, actrices, modelos, y de su protagonis­ta, un damnificad­o del alcohol y la locura quien realiza un viaje iniciático a través de las potencias representa­das por los nueve planetas: nueve mujeres que ofrendan “un aura, un poder, un atributo” y, en muchos casos, su propio sacrificio.

El viaje iniciático tiene mucho de thriller filosófico. Las mujeres a las que el protagonis­ta ama y pierde contra o por su propia voluntad se entregan como dádivas hasta volverlo capaz de sentirse Uno con el Universo, merecedor de atestiguar “la Plenitud de las estrellas”. En este punto, el lector tiene el bien ganado derecho a preguntar si se halla ante uno de esos potajes esotéricos a la manera de Carlos Castaneda, siempre dispuestos a revelar enigmas del calibre “el hongo es una entidad consciente”. Si en algo se distingue Planetario de la charlatane­ría zodiacal es en su savia intelectua­l. En sus páginas es posible reconocer una tradición que se asienta en Ptolomeo, Platón, Paracelso, Ramón Llull, Giordano Bruno…, concentrad­a en los estudios de Francis Yates. Se nutre del ocultismo y convoca al sexo y al crimen ritual en cantidades astronómic­as —de hecho, los personajes gozan y encuentran uno y otro con disciplina­da resignació­n— pero jamás se vuelca hacia la vulgaridad doctrinal de muchos intérprete­s del cielo estrellado.

Como en los tratados de alquimia, el protagonis­ta sigue el camino de la materia vulgar que va cambiando de estado y asciende hasta alcanzar la transfigur­ación espiritual. Quizá por eso su vida se resuelve en la errancia por ciudades que son sobre todo libros abiertos, capitales literarias, habitadas por los fantasmas de John Dee, Casanova, Borges, Pessoa… Así entonces: feligreses del horóscopo, devotos de la bola de cristal, aléjense de Planetario pues pertenece a la estirpe inaudita que sigue viendo en la novela a una forma elevada de conocimien­to.

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