¿Dónde quedó nuestra conciencia?
El deseo y la voluntad son los resortes que catapultan la acción de Las 99 monedas, basada en un relato anónimo de corte sufí
Una moneda dorada puesta en la mano del espectador le da la bienvenida al teatro. La voz nítida de una niña proviene del centro del oscuro escenario —sus palabras abren paso a la escenificación de una leyenda, Las 99 monedas, relato anónimo—, se puede percibir al ver cómo transitan las emociones por el cuerpo, la mirada y la voz de dos actrices y un actor, sobre una plataforma de dos piezas y al lado de un libro gigante, cuyas hojas resumen, en dibujos de líneas negras y antigua caligrafía, lo que la niña quiere hacernos saber.
La actriz, María Teresa Garagarza, actúa el papel del rey y de la esposa del paje; el actor, Rodolfo Arias, interpreta a un sabio y al paje, y la niña actriz, Adamaris Madrid, juega el rol de hija de ambos. Este equipo artístico conforma el elenco de esta puesta en escena que parte de la dramaturgia de Noé Lynn Almada y la dirección de José Acosta, quien junto con la actriz Tere Rábago estrenara en 1994 Jardín de pulpos, basado en textos de Dario Fo, con su grupo, El taller del Sótano, en el Teatro de Paz de la UAM.
Los años de por medio han mesurado el ímpetu lúdico de este director que en esta ocasión encuentra un cúmulo de elementos regeneradores a través de esta leyenda de origen oriental, mediante una estética que nos remite a varios siglos atrás, sujeta a elementos contemporáneos, lo que coincide con el concepto sufí del tiempo, en relación a que éste es una interlocución, una continuidad.
Entre estos elementos se encuentra la escenografía e iluminación de Patricia Gutiérrez, quien sobre la madera de sus dos plataformas cuadradas deja que el entorno se inunde de oscuridad o de humo, mientras delimita con luz la lejanía de un bosque, el acercamiento a la casa del paje y subraya el lugar —algo apartado pero presente— para la música que la niña genera al tocar instrumentos de percusión, de aire, cuerdas, madera o latón, al tiempo que da vuelta a las páginas del libro.
El vestuario de Teresa Alvarado mezcla épocas en la capa del rey. Este diseño, incluida la musicalización de Alberto Rosas y las ilustraciones del libro hechas por La Dama, dan la impresión de estar ante sucesos que vienen de un tiempo remoto y suceden hoy.
El espectáculo, con una consistente dramaturgia apegada al cuento, salvo detalles, alude a fragmentos de la filosofía sufí que observa la ausencia de una facultad intuitiva en la humanidad e intenta desarrollar gradualmente la conciencia interna. Las 99 monedas trata sobre la necesidad de un rey triste de averiguar el motivo de la felicidad de su paje, por lo que acude a un sabio que le revela el modo en que su servidor será transformado al entrar por sí mismo al Círculo del 99, donde se encuentra la mayoría, incluido el soberano.
La inclusión de Adamaris Madrid, en el papel de la niña, otorga una ternura inusitada al montaje, al tiempo en que es testigo, receptor, acompañante de sucesos y apoyo en cuanto a música y acciones. Por su parte, tanto Garagarza como Arias, que se desdoblan en sus dos personajes en situaciones opuestas, logran que sus cuatro personajes adquieran una presencia sólida durante toda la acción.
Aunque Acosta necesite todavía conducir a sus actores hacia mayores hallazgos, y por encima de un final que el montaje no necesita recalcar, porque el espectador para entonces ha comprendido lo medular, el montaje es una buena experiencia, que muestra con claridad esa conducta artificial que nos determina y nos regala, además, imágenes, sonidos y esa única moneda, como brillante recordatorio de lo que poseemos.