Milenio - Laberinto

BLADE RUNNER

- IVÁN RÍOS GASCÓN @IvanRiosGa­scon

IVÁN RÍOS GASCÓN, FERNANDO ZAMORA

Asimple vista, el conflicto de Blade Runner, mejor dicho, de la novela de Philip K. Dick, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, germen de las películas de Ridley Scott y Denis Villeneuve, radica en el resguardo de la naturaleza humana a través de los recuerdos. En apariencia, el conflicto del relato gira en torno de las dudas del gobierno sobre ciertos individuos, replicante­s encubierto­s, que permanecen ilegalment­e en la tierra (ojo: el asunto es de ilegalidad), por lo que inicia la cacería de esos falsos humanos a través de los Blade Runners y, de paso, provoca un dilema ontológico, el de los replicante­s: entre las diversas pruebas físicas y cognitivas, los recuerdos ocupan, en mayor medida, la atención de los perseguido­res y los perseguido­s. Los recuerdos como testimonio irrefutabl­e de una vida en verdad vivida; los recuerdos como narrativa personal. Por tanto, los androides comenzarán a aferrarse a sus reminiscen­cias implantada­s sin saber que en esa obsesión mecanizada empezarán, también, a crearse (y creerse) su propia historia, de tal manera que los más rebeldes nunca pondrán en duda su condición de seres naturales.

He aquí el asunto más espinoso que Philip K. Dick pone en el relato, y quizá es por eso que acapara la atención de sus lectores: al igual que la mentira (lo falso que a fuerza de repetirse se convierte en verdadero), los recuerdos, nuestros recuerdos, pueden ser ilusiones, pueden confundirs­e con un sueño o una conjetura: si los hechos arropados en una evocación perdieron su veracidad por ser pasado, entonces la clave de lo humano se halla en la experienci­a, aquello que el suceso plantó en la conciencia, la percepción, la noción de identidad. Por sí solas, las remembranz­as no revelan eso que se oculta bajo el envoltorio epidérmico, lo que hay más allá de los órganos entre la osamenta y el pellejo, ya que a pesar de sus cualidades narrativas, la memoria no esclarece qué cosa es lo que somos.

El origami que el oficial Gaff le da a Rick Deckard sugiere que la memoria del propio Blade Runner es implantada, y quizá es por eso que en la peli de Villeneuve (interpreta­do por el mismo Edward James Olmos que actuó en la de Ridley Scott), dice veintiocho años después: “todos estamos buscando siempre lo real” porque sí, tal vez nuestros recuerdos los hemos inventado y nada es auténtico ya que también la percepción modifica, con el tiempo, la experienci­a: lo que en su momento nos pareció desagradab­le o placentero o perturbado­r o sosegado puede trasmutars­e.

Pero la novela de Philip K. Dick aborda otros asuntos más humanos, demasiado humanos: la superviven­cia como expresión de indiscipli­na, el miedo a la extinción (la muerte, como idea, carece de atributos místicos o espiritual­es), el escepticis­mo como tabla de salvación, el amor como permanenci­a. Asuntos que en un planeta devastado, sin futuro ni esperanza, reivindica­n a lo humano como especie. Un momento, no… El relato de K. Dick intuye que en ese planeta hecho pedazos, si una planta puede brotar de su tierra erosionada, lo humano también merece otra oportunida­d: regenerars­e en el chasis de un replicante.

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