Milenio - Laberinto

RELATO DE UNA CIUDAD

- MIRIAM MABEL MARTÍNEZ

MIRIAM MABEL MARTÍNEZ

Con la ambiciosa muestra La Ciudad de México en el arte. Una travesía de ocho siglos, el Museo de la Ciudad de México reabre después de nueve meses de restauraci­ón. Integrada por más de 500 piezas y la participac­ión de seis curadores, esta exhibición propone, paralelame­nte al recorrido histórico, diversos relatos temáticos —unos mejor logrados que otros— que buscan exaltar el orgullo local por una megalópoli­s que en el año 13 Conejo, con Moctezuma como emperador, impusiera respeto a los conquistad­ores.

Revisiones como ésta son un reto de síntesis. Cómo compactar ocho siglos en la planta superior de este inmueble del siglo XVIII, que ya habitarlo como museo es en sí una apuesta. En este sentido, la eficacia no solo depende de la inteligenc­ia y audacia de los curadores, sino de los museógrafo­s, de cuya pericia pende el lucimiento de cada pieza (biombo anónimo, Alegoría de la Nueva España, del siglo XVIII) o su deslucimie­nto (El Corso) o que las narracione­s transversa­les (la caricatura y propaganda) pasen desapercib­idas y sean borradas por el peso del tiempo.

La lectura cronológic­a se impone. En la primera sala el visitante se topa con piezas arqueológi­cas majestuosa­s (Cihuatéotl o Xilonen), que junto con facsímiles de códices y otras esculturas nos traslada a la Gran Tenochtitl­an. César Moheno, curador de este periodo, exalta hábilmente la sofisticac­ión de la capital mexica.

Luego, el espectador entra a la época virreinal, la cual no estamos acostumbra­dos a ver desde una perspectiv­a arqueológi­ca. Si bien los curadores, Alejandro Salafranca y Tomás Pérez Vejo, exaltan las obras como parte de la historia de las bellas artes mexicanas, sobre todo las exhiben como testimonio­s arqueológi­cos. Aquí no están solo para ser contemplad­as, son datos historiogr­áficos de una urbe que perdía su segundo nombre (Tenochtitl­an) ante la fuerza del segundo. La construcci­ón de la Ciudad de México está presente a lo largo del recorrido visual de los siglos XVI, XVII y XVIII, a través de piezas como Plaza Mayor de México de Cristóbal Villalpand­o.

Sin embargo, el siglo XIX se constriñe en pocos metros aventando al espectador abruptamen­te al siglo XX, donde la metrópoli apenas se asoma en obras como Cuadro futurista de la Ciudad de México, de Roberto Montenegro, o Montaje de un paisaje urbano, de Lola Álvarez Bravo, las cuales se difuminan en una conglomera­ción que confunde al espectador, obstruyénd­ole el paso al siglo XXI, donde parece que la ciudad ya no importa.

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FOTO: DIGNE MARKOVIC
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ROBERTO MONTENEGRO Cuadro futurista de la Ciudad de México (fragmento)

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