Una más de El Zurdo Mendieta
Élmer Mendoza no parece dispuesto a dejar a Édgar El Zurdo Mendieta, ese policía dotado de una inconfesable capacidad para meterse en problemas mientras combate a sicarios, psicópatas con licencia para matar y hasta huachicoleros. No lo parece y creo que con ello se precipita sin remedio hacia el aburrimiento.
Si algo sorprende de Asesinato en el Parque Sinaloa es que El Zurdo Mendieta ya es incapaz de sorprender. Es el mismo al que ya nos tienen acostumbradas sus intervenciones anteriores, salvo que ahora vive y actúa permanentemente borracho: bueno para responder al botepronto y no menos bueno para atraer el cuerpo de una mujer, y malo para lidiar con sus sentimientos. Como en otras ocasiones, debe resolver un crimen, con la pimienta agregada de que en su camino se cruza un individuo que recuerda al Chapo Guzmán, quien, por cierto, está obsesionado con una locutora de radio que se ciñe al retrato de Kate del Castillo. Si el público quiere una perspectiva farandulesca por qué no satisfacerlo.
La fórmula Sinaloa —Los Mochis, en esta ocasión—, batos locos, mujeres exuberantes, agentes corruptos y balaceras a la luz del día ha puesto a Élmer Mendoza a la cabeza de una postura narrativa que se ocupa de contar el ascenso y la caída de grandes capos del narcotráfico. Es posible que esta fórmula siga obteniendo frutos monetarios. Es posible incluso que Élmer Mendoza esté obligado a mantenerla en uso. Pero qué hay de la literatura, de reinventarse y reinventar el mundo en cada libro.
Se ha ido a otra parte. En su lugar ha quedado un oficio innegable para mantener la llama del suspenso, para imaginar momentos de una descarada eficacia cinematográfica y atraer a personajes que entran a escena guardándose muy bien de ser fieles al cliché. Porque del cliché vienen esos dos matones que despachan a sus víctimas con desparpajo —vulgares y fatuos, vestidos con pantalón de mezclilla, camisa a cuadros y botas—, así como el policía federal a las órdenes del Jefe de Jefes: un especialista en levantones y en el golpe con culata, programado para la mueca y el grito soez.
El último capítulo de Asesinato en el Parque Sinaloa entrega a El Zurdo Mendieta conduciendo su automóvil, de regreso a Culiacán. Va escuchando “Let It Be” (pues qué sería de una novela si careciera de su meloso soundtrack). Así que reaparecerá. Solicito entonces que, quizá en un año, alguien me cuente que ha sido de él porque ya no quiero seguirle los pasos. Me ha enviado de bruces al hastío.