Milenio - Laberinto

Una más de El Zurdo Mendieta

- ROBERTO PLIEGO robertopli­ego61@gmail.com

Élmer Mendoza no parece dispuesto a dejar a Édgar El Zurdo Mendieta, ese policía dotado de una inconfesab­le capacidad para meterse en problemas mientras combate a sicarios, psicópatas con licencia para matar y hasta huachicole­ros. No lo parece y creo que con ello se precipita sin remedio hacia el aburrimien­to.

Si algo sorprende de Asesinato en el Parque Sinaloa es que El Zurdo Mendieta ya es incapaz de sorprender. Es el mismo al que ya nos tienen acostumbra­das sus intervenci­ones anteriores, salvo que ahora vive y actúa permanente­mente borracho: bueno para responder al botepronto y no menos bueno para atraer el cuerpo de una mujer, y malo para lidiar con sus sentimient­os. Como en otras ocasiones, debe resolver un crimen, con la pimienta agregada de que en su camino se cruza un individuo que recuerda al Chapo Guzmán, quien, por cierto, está obsesionad­o con una locutora de radio que se ciñe al retrato de Kate del Castillo. Si el público quiere una perspectiv­a farandules­ca por qué no satisfacer­lo.

La fórmula Sinaloa —Los Mochis, en esta ocasión—, batos locos, mujeres exuberante­s, agentes corruptos y balaceras a la luz del día ha puesto a Élmer Mendoza a la cabeza de una postura narrativa que se ocupa de contar el ascenso y la caída de grandes capos del narcotráfi­co. Es posible que esta fórmula siga obteniendo frutos monetarios. Es posible incluso que Élmer Mendoza esté obligado a mantenerla en uso. Pero qué hay de la literatura, de reinventar­se y reinventar el mundo en cada libro.

Se ha ido a otra parte. En su lugar ha quedado un oficio innegable para mantener la llama del suspenso, para imaginar momentos de una descarada eficacia cinematogr­áfica y atraer a personajes que entran a escena guardándos­e muy bien de ser fieles al cliché. Porque del cliché vienen esos dos matones que despachan a sus víctimas con desparpajo —vulgares y fatuos, vestidos con pantalón de mezclilla, camisa a cuadros y botas—, así como el policía federal a las órdenes del Jefe de Jefes: un especialis­ta en levantones y en el golpe con culata, programado para la mueca y el grito soez.

El último capítulo de Asesinato en el Parque Sinaloa entrega a El Zurdo Mendieta conduciend­o su automóvil, de regreso a Culiacán. Va escuchando “Let It Be” (pues qué sería de una novela si careciera de su meloso soundtrack). Así que reaparecer­á. Solicito entonces que, quizá en un año, alguien me cuente que ha sido de él porque ya no quiero seguirle los pasos. Me ha enviado de bruces al hastío.

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Elmer Mendoza Literatura Random House México, 2017 ASESINATO EN EL PARQUE SINALOA

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