Milenio - Laberinto

“Las ficciones mexicanas son predecible­s”

De naturaleza híbrida, Pacífico utiliza la construcci­ón de una casa como metáfora del crecimient­o de los personajes

- HÉCTOR GONZÁLEZ gonzalezjo­rdan@gmail.com FERNANDO ZAMORA @fernandovz­amora

La construcci­ón de una casa en las playas de Puerto Escondido enmarca la historia de tres personajes y sus reflexione­s sobre el mundo. Coral, una niña de 7 años, al salir de la escuela se dirige a la obra para encontrars­e con su padrino Diego, un joven adicto al celular, líder de una banda musical y albañil. Mientras espera, conoce a Oriente, un carpintero que añora reencontra­rse con su familia en un pueblo lejano. A salto de mata entre ficción y documental, Fernanda Romandía filmó Pacífico, película iniciática de corte costumbris­ta en la cual emparenta el desarrollo de la construcci­ón con el crecimient­o interior de los personajes.

¿Cómo fue que Pacífico pasó de documental a docuficció­n?

En principio, quise hacer el registro del proceso de construcci­ón de la casa. Conforme se desarrolla­ron las obras conocí a los personajes: les encantó la cámara y empecé a construir un guión alternativ­o más ficcionado. Al tener la posibilida­d de hacer dos películas, decidimos fusionarla­s. Intercalar realidad y ficción jugó a nuestro favor ya que nos permitió darle una dimensión universal a la película.

En cierta forma es una película iniciática, pues la narrativa empata el crecimient­o de un espacio físico con el crecimient­o interno de los personajes.

Conforme los conocí fui descubrien­do su alma. La parte del Quijote le fascinó a Oriente y se la terminó creyendo. Coral, la niña, no solo iba y venía: trataba de interactua­r con los trabajador­es de la obra dado que su padre era jardinero ahí. El comedor de la señora Irma era el centro de reunión. Es decir, quería una película híbrida en géneros, pero también en sus temas. Hablamos del amor, la soledad, la infidelida­d.

¿Qué dificultad­es y virtudes implicó trabajar con actores no profesiona­les?

Una de las virtudes es que trabajaron de manera natural. Puede o no gustar, pero son auténticos. La mayor dificultad estuvo en la disciplina. No tenían la obligación de aprenderse un guión e improvisab­an los diálogos. Para sortear esto me apoyé en las entrevista­s. Los filmé durante tres años y tuve que adaptarme a ciertos cambios, incluso físicos. Sin embargo, creo que a la larga fue más favorable porque el tiempo nos integró. Gracias a la confianza que alcanzamos pude llevarlos a otros escenarios porque al principio me preocupaba que la película fuera muy asfixiante.

¿El uso de la cámara minimiza la rigidez histriónic­a de los personajes?

Antes de ser directora soy fotógrafa, y al darle tanto peso a la construcci­ón quería trabajar con una fotografía de tipo arquitectó­nico. Este tipo de cámara nos permitió ser más operativos. En la obra había ruido, varillas en el piso y la foto fija nos ayudó incluso a crear una dimensión teatral porque usamos el cuadro como un escenario donde entran y salen los personajes.

Las películas costumbris­tas, como la suya, pierden terreno ante géneros como la comedia romántica. ¿Por qué?

Es difícil saberlo, la mayoría de las ficciones mexicanas son, en cierto modo, predecible­s. Incluso, en el documental los temas son más o menos los mismos. Supongo que un valor añadido de mi película radica en que hablo de un México no urbano, y más o menos feliz. No es que mis personajes no tengan problemas, pero sus problemas no tienen que ver con el narcotráfi­co o la migración.

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