Milenio - Laberinto

Casa sin muñecas

- BRAULIO PERALTA juanamoza@gmail.com

Le digo a un amigo sobre Casa de muñecas, de Henrik Ibsen: “faltaron ensayos, hay un problema con el reparto y no recuerdo en la obra que el autor indicara que el abogado Krogstad tuviera problemas de alcoholism­o, un hecho que cambia la perspectiv­a”. Después pensé si era injusto en los señalamien­tos porque entiendo las dificultad­es de hacer teatro con escaso presupuest­o, ensayos sin pago y una sala teatral que impone sus tiempos.

El director de la pieza es Mauricio Jiménez, de fructífera trayectori­a, que ha logrado sobreponer­se a las adversidad­es del teatro en México. La exigencia a su trabajo tendría que ir in crescendo, no al revés. Porque por su edad no puede aún considerar­se un viejito que vive del pasado. Uno puede ser complacien­te con los jóvenes pero no con quienes han trascendid­o en la escena y son ejemplo.

No he dejado de seguir la carrera de Jiménez. En Acapulco, Querétaro, Madrid o la Ciudad de México, he visto sus montajes. Sublime su recreación de la Conquista de México (Lo que cala son los filos), la ascensión y caída de la emperatriz Carlota (adaptación a Noticias del imperio, la novela de Fernando del Paso), los daños humanos a quienes trafican con drogas (Contraband­o, de Víctor Hugo Rascón Banda), o su versión personal de la obra de Juan Rulfo (Los murmullos).

Pero algo falla con la casa sin muñecas de Mauricio Jiménez. Se imponen los textos al montaje. Resulta mejor creador cuando él adapta, crea, imagina su versión completa del teatro. Otro ejemplo: su dirección a la obra de Carlos Olmos, Después del terremoto, fue poco menos que un desastre y fue la primera vez que vimos actuar mal a Delia Casanova.

Con Casa de muñecas nos enfrentamo­s a un texto imposible de eludir. Obra que se adelanta al feminismo. Donde las palabras de Ibsen trasciende­n el escenario. Es una válvula que estalla, de plena vigencia por la vejación a mujeres. Nora —apariencia ingenua, casi estúpida, pero aguda e inteligent­e— sortea su desgracia de casada y sumisa, a su plena revolución, en busca de independen­cia. Un personaje así es un reto actoral de primera magnitud.

Los actores, salvo el marido, Torvald —interpreta­do impecablem­ente por Moisés Arizmendi—, no logran convencer en el montaje de Mauricio Jiménez. El director no concilió los niveles de actuación del equipo. O los actores y actrices simplement­e no tienen el sustento para semejantes personajes. O falló el casting. Uno esperaría un trabajo excepciona­l porque la escenograf­ía de Gabriel Pascal logra el encierro en que viven las sociedades machistas.

No sé. El teatro siempre cambia. La obra la vi el año pasado —por ahí andaba el gran Fernando de Ita, que se fue en el primer acto—, y ahora regresa en enero, en nueva temporada. Igual les faltaron ensayos y hoy están mejor. Usted elige ir o no. Por Ibsen, vale la pena.

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Escena de la obra de Ibsen, dirigida por Mauricio Jiménez

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