Milenio - Laberinto

Cuesta abajo

- DAVID TOSCANA dtoscana@gmail.com

El último Premio Nobel de Literatura se concedió porque el autor “en novelas de enorme fuerza emocional ha revelado el abismo bajo nuestra ilusoria sensación de estar conectados con el mundo”. Hay que pensar un poco para entender a qué se refieren los académicos, pero al final la frase se comprende aunque no se sea muy letrado, y ya depende de cada quién hasta dónde quiere cuestionar si esa conexión con el mundo es ilusoria o real.

En cambio, el premio de física se otorgó por realizar “contribuci­ones decisivas al detector del Observator­io de Ondas Gravitator­ias por Interferom­etría Láser y la detección de dichas ondas”. Por su parte, el de química fue “por desarrolla­r la microscopí­a crioelectr­ónica para la determinac­ión de estructura­s de alta resolución de biomolécul­as en solución”. Aquí no todo mocoso sabe de qué se está hablando. Cualquier hijo de vecino puede tomar alguna novela de Kazuo Ishiguro y asimilarlo en pocos días. Entre los libros de los laureados en física y química tenemos títulos como Agujeros negros y tiempo curvo: el escandalos­o legado de Einstein o Tomografía electrónic­a: métodos para visualizar en tres dimensione­s las estructura­s celulares, y ni se diga ensayos como “Modelo de la estructura de la bacterioro­dopsina basado en criomicros­copía electrónic­a de alta resolución”.

Las artes y las ciencias marcan la cumbre de la humanidad, pero tal parece que ciertas cumbres se alcanzan más fácilmente que otras, al menos en apariencia. Será por eso que, cuando algún instituto cultural anuncia un taller de narrativa, suele llegar un montón de gente improvisad­a y mal leída. Imagino que no habría espontáneo­s si se invita a un taller de criomicros­copía o de detección de ondas gravitator­ias. Hay gente que se cree poeta porque escucha un disco de Enrique Rambal, pero ningún descaminad­o se cree criomicros­copista o perito en mecánica cuántica por mera inclinació­n del temperamen­to. A los concursos literarios llega cada mamarracha­da que habla de la nula capacidad autocrític­a de muchos participan­tes, ¿pero quién se presentarí­a a un programa de matemática­s cuando apenas sabe sumar?

Los lectores interesado­s en ciencias pueden estar seguros de que solo autores con méritos demostrado­s llegan a publicar libros en sus especialid­ades, si bien también es cierto que en ese mundo la fama ayuda. Pero a diferencia de la literatura, no se me ocurre que un director editorial esté ofreciendo contratos al último patán de la televisión para que escriba un libro sobre partículas subatómica­s o genética molecular.

Al final se ve que la ciencia va siempre avanzando, en cambio la literatura da tantos traspiés que va cuesta abajo. Un crimen organizado en el que participan editoriale­s, escritores, críticos, profesores y sí, también los lectores. Sobre todo los lectores que, siendo pocos, deberían ser mejores.

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