Cuesta abajo
El último Premio Nobel de Literatura se concedió porque el autor “en novelas de enorme fuerza emocional ha revelado el abismo bajo nuestra ilusoria sensación de estar conectados con el mundo”. Hay que pensar un poco para entender a qué se refieren los académicos, pero al final la frase se comprende aunque no se sea muy letrado, y ya depende de cada quién hasta dónde quiere cuestionar si esa conexión con el mundo es ilusoria o real.
En cambio, el premio de física se otorgó por realizar “contribuciones decisivas al detector del Observatorio de Ondas Gravitatorias por Interferometría Láser y la detección de dichas ondas”. Por su parte, el de química fue “por desarrollar la microscopía crioelectrónica para la determinación de estructuras de alta resolución de biomoléculas en solución”. Aquí no todo mocoso sabe de qué se está hablando. Cualquier hijo de vecino puede tomar alguna novela de Kazuo Ishiguro y asimilarlo en pocos días. Entre los libros de los laureados en física y química tenemos títulos como Agujeros negros y tiempo curvo: el escandaloso legado de Einstein o Tomografía electrónica: métodos para visualizar en tres dimensiones las estructuras celulares, y ni se diga ensayos como “Modelo de la estructura de la bacteriorodopsina basado en criomicroscopía electrónica de alta resolución”.
Las artes y las ciencias marcan la cumbre de la humanidad, pero tal parece que ciertas cumbres se alcanzan más fácilmente que otras, al menos en apariencia. Será por eso que, cuando algún instituto cultural anuncia un taller de narrativa, suele llegar un montón de gente improvisada y mal leída. Imagino que no habría espontáneos si se invita a un taller de criomicroscopía o de detección de ondas gravitatorias. Hay gente que se cree poeta porque escucha un disco de Enrique Rambal, pero ningún descaminado se cree criomicroscopista o perito en mecánica cuántica por mera inclinación del temperamento. A los concursos literarios llega cada mamarrachada que habla de la nula capacidad autocrítica de muchos participantes, ¿pero quién se presentaría a un programa de matemáticas cuando apenas sabe sumar?
Los lectores interesados en ciencias pueden estar seguros de que solo autores con méritos demostrados llegan a publicar libros en sus especialidades, si bien también es cierto que en ese mundo la fama ayuda. Pero a diferencia de la literatura, no se me ocurre que un director editorial esté ofreciendo contratos al último patán de la televisión para que escriba un libro sobre partículas subatómicas o genética molecular.
Al final se ve que la ciencia va siempre avanzando, en cambio la literatura da tantos traspiés que va cuesta abajo. Un crimen organizado en el que participan editoriales, escritores, críticos, profesores y sí, también los lectores. Sobre todo los lectores que, siendo pocos, deberían ser mejores.