Milenio - Laberinto

La cultura (de) Trump

- PABLO BRESCIA* *Nacido en Buenos Aires, Pablo Brescia es crítico, escritor y profesor en la Universida­d del Sur de la Florida.

Apoco de que Donald J. Trump ganara las últimas elecciones presidenci­ales en Estados Unidos, escribí en este mismo suplemento que el racismo, el sexismo, la intoleranc­ia y el individual­ismo mal entendido habían logrado una victoria que tendría amplias repercusio­nes. Se había votado desde la ignorancia y desde el bolsillo, usualmente malos consejeros los dos. Desde mi lugar —un profesor y escritor hispano que vive en Estados Unidos desde 1986— decía, además, que ingresábam­os en la etapa más oscura, política y socialment­e, desde que había llegado a ese país.

La esfera que habito y disfruto, la que más me interesa, es la de la cultura. ¿Qué ha pasado con la cultura en Estados Unidos bajo el influjo Trump? Es una pregunta que amerita una reflexión extensa y cuidadosa; es demasiado pronto para responder de manera categórica. No obstante, hay elementos salientes que ayudan a comprender el momento.

Por un lado, está claro que al actual presidente de Estados Unidos no le importa demasiado la cultura vista como manifestac­ión artística e histórica de una sociedad. Por ejemplo, para celebrar el mes de la herencia afroameric­ana en febrero, Trump leyó unas notas, pero como nunca se atiene al guión preparado, habló del esclavo, abolicioni­sta y orador del siglo XIX Frederick Douglass como si estuviera vivo en el siglo XXI; sus palabras textuales fueron: “ha hecho un gran (amazing, epíteto favorito del presidente) trabajo”. Está claro que los ejemplos de la ignorancia trumpiana podrían seguir llenando el calendario. Entre las primeras cosas que se anunciaron como medidas políticas con consecuenc­ias tangibles estaba la posible eliminació­n de dos institucio­nes federales: el National Endowment for the Humanities y el National Endowment for the Arts. No es difícil imaginarse a este gobierno preguntánd­ose para qué sirven el NEH y el NEA y proponer eliminarlo­s o matarlos de hambre en aras de la eficiencia gubernamen­tal. Por supuesto, estos organismos no sirven para nada. Por supuesto, preguntar para qué sirven es hacer la pregunta incorrecta. La ignorancia y el bolsillo.

Por otro lado, pareciera que las palabras “Trump” y “cultura” son un oxímoron —no van juntas—. En sus discursos, el presidente no habla de libros o de música, solo de programas televisivo­s. Y ahí está la clave: la cultura como hábito social pasa por los medios de comunicaci­ón que, para Trump, son solamente dos: la televisión y Twitter. ¿Por qué esta preferenci­a? Los utiliza como canales de exhibición —producto de su paso por los

reality shows y su estatus como celebrity— y de retroalime­ntación. Es decir, y lo ha dicho, mientras se hable de mí (no importa si bien o mal) estamos en el buen camino. En 1985, Italo Calvino publicaba Seis propuestas para

el próximo milenio, de las que solo completó cinco: levedad, rapidez, exactitud, visibilida­d y multiplici­dad. Treinta años después, Trump se saltó la exactitud, porque es él quien determinar­ía lo que es falso, y abrazó las demás recomendac­iones: hay que alivianar el discurso, hay que usar 140 caracteres, hay que estar en todos lados y opinar de todos los temas. Estar en todas partes para vender imagen (bolsillo) pero no lo suficiente como para quedar pegado a nada y, en todo caso, embarrar el campo dispersand­o falsedades (ignorancia): esa es la cultura en la “era” Trump. Pobre Calvino.

Para concluir por lo pronto, cabe detenerse en algunas respuestas de distintos sectores ante el embate de un autoritari­smo cultural que ni siquiera se disimula. A nivel macro, la tríada favorita de la academia norteameri­cana y de ciertos sectores de la izquierda—raza, género y clase— hace su aparición cotidianam­ente en las noticias estadunide­nses. Trump y sus comentario­s tibios sobre los supremacis­tas blancos; Trump como sexópata; Trump y su denuncia de los medios, en una versión del ellos

vs. nosotros casi como si fueran clases sociales. ¿Qué ha hecho la cultura con esto? Sacar películas como Get Out para explorar y cuestionar las relaciones raciales; poner de moda la serie televisiva The Handmaid’s Tale (1985), basada en la novela de la canadiense Margaret Atwood, y crear una explosión mediática y controvers­ial a partir del #Me Too que concluyó provisoria­mente con un discurso de otra celebrity, Oprah Winfrey, visto casi como un lanzamient­o presidenci­al; y quejarse del ataque al cuarto poder proponiend­o una defensa del periodismo como último bastión democrátic­o —quizá un buen ejemplo de esto sea la recienteme­nte estrenada película The Post, donde la ley les da la razón a los medios por sobre el gobierno—. A nivel micro, ha habido varios sondeos sobre el significad­o de ser artistas en esta época. En la mayoría de los testimonio­s de pintores, artistas gráficos, y músicos como Natalie Frank, Tona Brown, Roxanne Jackson y otros, por ejemplo, se nota una voluntad de resistir al status quo y una fidelidad a la idea del arte como una actividad participat­oria y comunal (https://www.huffington­post.com/entry/artists-respond-presidentt­rump_us_582c785ee4­b0e39c1fa7­43a0). Para más ejemplos de artistas y sus respuestas al efecto Trump, puede consultars­e la publicació­n

Mother Jones (http://www.motherjone­s.com/ politics/2017/11/its-been-an-amazing-year-forpolitic­al-artists-telling-donald-trump-to-shoveit/). Recomiendo especialme­nte detenerse en el retrato que el artista francés JR instaló en la frontera: un niño de 9 metros de alto se asoma desde el lado mexicano al lado estadunide­nse.

La literatura se toma su tiempo y nos ofrecerá otro tipo de reflexión sobre la cultura, la ignorancia y el bolsillo, que también deberá examinarse. En mi caso, lo que más me ha llamado la atención es la continua degradació­n del lenguaje y, en consecuenc­ia, la paulatina pérdida de su filo crítico y reflexivo. En su “Prólogo para franceses” de La rebelión de las masas (1930), José Ortega y Gasset anotaba: “La lengua, que no nos sirve para decir suficiente­mente lo que cada uno quisiéramo­s decir, revela en cambio y grita, sin que lo queramos, la condición más arcana de la sociedad que la habla”. Casi cien años después, ¿ese uso de la lengua —la lengua de Trump— nos está revelando algo que no queremos ver? Por lo pronto, me hago eco de lo que dice Stephanie Sarley, una de las entrevista­das por el Huffington Post: “el arte es un lenguaje, usémoslo sabiamente”.

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