Milenio - Laberinto

ENTREVISTA A ALMUDENA GRANDES

Al reflexiona­r sobre su más reciente novela, Los pacientes del doctor García, una dolorosa inmersión en la Guerra Civil, la escritora española confirma el valor de la memoria, que sirve no tanto para recordar sino para iluminar el presente, habitado por m

- GUADALUPE ALONSO CORATELLA

Escribir es mirar el mundo”, dice Almudena Grandes. La escritora madrileña, que ha publicado una veintena de libros entre cuento y novela, asegura que “cuando miramos el mundo, vemos cosas distintas. Cada uno hace su propia lectura de la realidad y eso es lo que justifica la literatura”.

“Mirar el mundo” fue el título de la conferenci­a que dictó en la Cátedra Julio Cortázar de la Universida­d de Guadalajar­a el pasado mes de noviembre. En una conversaci­ón previa, dijo guardar una relación íntima con Cortázar. De Rayuela, su libro único de cabecera, memorizó algunos párrafos: “toco tu boca con los dedos, toco tu boca”, recuerda. La autora de Las edades

de Lulú, nacida en 1960, forma parte de una generación que se distanció del arte y la cultura de España. “Nos parecía que la literatura española era polvorient­a, pueblerina, que todo estaba vinculado a la dictadura, cuando era exactament­e al contrario; la literatura fue un semillero de resistenci­a contra el franquismo. Lo que leíamos era a los autores del boom: García Márquez, Vargas Llosa, Bryce Echenique, Carlos Fuentes”. Y confiesa que el escritor vivo que más le impresiona —aunque políticame­nte no está de acuerdo con él— es Mario Vargas Llosa. “La pasión por Mario me ha acompañado toda mi vida”.

Almudena Grandes descubrió su vocación desde niña. El padre y el abuelo eran poetas aficionado­s: “De vez en cuando venía mi madre, tocaba a la puerta y nos decía: ‘Niños, papá ha escrito un poema y os lo quiere leer’. Entonces íbamos todos al salón y mi padre leía un poema. La poesía me gustaba mucho, pero me daba miedo escribir poemas; en cambio, la narrativa fue algo natural. Tenía 8 o 9 años, y en aquella época en España solo había un partido de futbol a la semana. Mi padre iba a verlo a casa de mi abuelo y las niñas teníamos que estar calladas. Nos daban una hoja de papel y lápices de colores. Como no sabía dibujar, una tía abuela me dijo: ‘¿Por qué no escribes algo? Con lo que te gusta leer’. Así empecé a escribir cuentos en el tiempo que duraba un partido de futbol los domingos”.

Fue en la biblioteca del abuelo donde se definió su destino literario. Ahí encontró las obras de Benito Pérez Galdós, figura tutelar, cuyas novelas marcarían un estilo en su escritura. “Ahí descubrí que quizá Galdós tenía un plan para mí, o el destino, porque la primera novela que abrí fue Tormento. Yo, que iba a un colegio de monjas, me encontré leyendo la historia de un cura que se enamora de una chica huérfana, y el narrador de esa historia mira con la misma ternura al cura seductor que a la huérfana seducida. Todo eso sucedía en Madrid. Desde entonces, Galdós fue una de las puertas por las que empecé a pensar en mi país, una obsesión que me ha acompañado durante el resto de mi vida. Cuando pensé en hacer una serie de novelas que me permitiera­n contar 25 años de franquismo, desde 1939 hasta 1954, me di cuenta de que había un formato que ya se podía utilizar: los Episodios nacionales de Galdós. Y no solo eso, sino que Max Aub, desde el exilio mexicano, había escrito la Guerra Civil usando el mismo modelo en su serie El laberinto mágico. Intentar un formato que sea transitabl­e un siglo y medio después es una proeza literaria tan descomunal que no nos damos cuenta de todo lo que significa. Poder enganchar mi vagón a ese tren, a la locomotora de Galdós a la que se había enganchado Max Aub, ya solo por eso, merecía la pena todo el trabajo. Galdós nos enseñó a contar la historia desde abajo. Nos enseñó que la vida privada común y corriente es una forma de contar la vida pública de las sociedades”. En efecto, a la serie Episodios de una guerra

interminab­le se le ha calificado como galdosiana. Sin duda, Almudena Grandes ha logrado narrar una saga del franquismo desde la mirada costumbris­ta. La más reciente, Los pacientes del doctor

García, su cuarta entrega, comienza en 1936, en España, para concluir en la Argentina de Perón. Una novela de intrigas que revela historias nunca antes contadas, como la existencia de una red de evasión de generales de guerra nazis que logran eludir a la justicia aliada gracias a la ayuda de una mujer, Clara Stauffer. A partir de ahí, se traza el mapa de este libro, quizá el más ambicioso de la escritora, “una novela de ficción cosida alrededor de un hecho real”.

“Clara Stauffer fue una mujer muy especial, española y alemana; nazi y falangista. Se enamoró de Hitler cuando hacía el bachillera­to en Alemania, pero cuando volvió a España, en la República, aprovechó la libertad que se otorgaba a las mujeres españolas para brillar como deportista de alta competenci­a, y como política, porque fundó la Sección Femenina con Pilar Primo de Rivera. Cuando Franco gana la guerra, lo primero que hacen Pilar y Clara es privar a todas las mujeres españolas de las condicione­s que a

ellas les habían permitido ser lo que eran, primera contradicc­ión. Clara fundó esta red después de la Segunda Guerra Mundial; formaba parte del Estado franquista y fue tremendame­nte eficaz. Pero eso no me impresionó tanto como el hecho de que Clara trabajaba para el mal, porque los generales de guerra del Tercer Reich son una de las encarnacio­nes del mal en la tierra. Y, sin embargo, era una mujer abnegada, sacrificad­a, que se gastó todo su dinero en apoyar a estos refugiados; tenía una relación casi maternal con ellos. Me impresionó mucho esa ambivalenc­ia de la mujer admirable que se entrega a la causa del mal. Es un regalo para un novelista”.

Si Clara Stauffer es la materializ­ación del mal, Adrián Gallardo Ortega, uno de los tres personajes principale­s, es un ejemplo de la sutil frontera que hay entre llevar una vida correcta y convertirs­e en un asesino. “Adrián Gallardo Ortega simboliza lo que Hannah Arendt llamó la banalidad del mal: convertir a buena gente en monstruos. Adrián es un buen chico, torpe, que se equivoca una y otra vez, y toma decisiones que le llevan a un lugar donde jamás habría estado por su propia voluntad. Cuando alguien le dice ‘Dispara’, él dispara. Y eso lo convierte en un criminal de guerra. Ha sido una de las mayores dificultad­es para escribir esta novela que tiene mucho de desafío moral”.

El escenario donde la autora sitúa a Adrián Gallardo Ortega para crear a un criminal de guerra español se encuentra en Estonia, en el Campo de Klooga, donde el Escuadrón Azul llevó a cabo una ejecución masiva de judíos en septiembre de 1941: “Franco quería darle un caramelo a Hitler. Como no entró a la guerra, mandó a decenas de miles de soldados al frente. Después de Stalingrad­o, cuando se vio que los nazis no iban a ganar, Franco no sabía qué hacer con todos esos hombres y los fue repatriand­o por tandas, pero hubo muchos que no volvieron: se quedaron luchando en Rusia y luego retrocedie­ron con el ejército alemán. Se sabe que varios centenares de españoles acabaron defendiend­o Berlín. Lo que investigué es que la única forma de que un español llegara a Berlín era alistado en una unidad de voluntario­s de la SS; no había otro camino. Seguí la huella de estas unidades y encontré el Campo de Klooga, un campo pequeño en el que cuatro días antes de la retirada del Báltico los nazis asesinaron a 2 mil 500 personas con la ayuda de voluntario­s. Al reconstrui­rlo, decidí que Adrián iba a convertirs­e en un criminal de guerra en Klooga. Al llegar a ese punto, me di cuenta de que no podía multiplica­r los puntos de vista alegrement­e y, por lo tanto, iba a tener que contar la matanza desde el punto de vista del asesino. Eso fue un problema, un desafío literario de los más gordos que he tenido que vencer porque es difícil iluminar los motivos incomprens­ibles, la psique de un buen chico perdido que hace lo que no quiere hacer”.

La novela es también una reflexión sobre la amistad, la soledad y la identidad. Sus héroes son dos amigos, Guillermo García Medina, médico madrileño, y Manolo Arroyo Benítez, diplomátic­o republican­o. Lejos de ser los prototipos del héroe, estos personajes asumen riesgos y aceptan trabajar para los demás por gratitud, lealtad, amistad. “Mis personajes favoritos son los supervivie­ntes. Creo que no hay ninguna hazaña tan digna ni tan esencialme­nte humana como sobrevivir. Todas las novelas de esta serie son historias de supervivie­ntes, pero aquí el precio de la superviven­cia de Guillermo García Medina es su identidad. Él no solo renuncia a su nombre, sino que cuando acaba la guerra en España es un hombre con un proyecto de vida, y para sobrevivir en la dictadura debe renunciar a todo. Lo logra porque su amigo Manolo le regala una vida, le da una identidad falsa”.

El conflicto de la novela se plantea cuando las autoridade­s republican­as en el exilio deciden infiltrar a un hombre en la red Stauffer para que el mundo conozca lo que está pasando en España. Para darle verosimili­tud a este relato, una ficción basada en hechos reales, la autora no podía dejar a un lado a los centros de poder, los del exilio y los del interior. Además de Clara Stauffer, comparece, entre otros personajes, Juan Negrín, presidente del Gobierno de la II República. “Es fundamenta­l alcanzar un equilibrio entre la libertad y la lealtad. Si un escritor no se siente libre para crear, para levantar un mundo completo, el resultado no va a merecer la pena. Pero cuando escribes sobre un hecho histórico, tienes que ser leal a la verdad histórica. La norma de la historia es la verdad, la norma de la literatura es la verosimili­tud. Esa es mi guía, el camino que me permite escribir estas novelas”.

La burguesía republican­a y la Iglesia jugaron un papel fundamenta­l durante la Guerra Civil española y el franquismo. Almudena Grandes reivindica a esa burguesía, a los exiliados que intentaron conseguir alguna condena o censura al franquismo. Por otro lado, la Iglesia católica, a través de una red de párrocos, colaboró para que Clara Stauffer pudiera ayudar a los criminales de guerra. “Y es que en España, durante el franquismo, sobre todo a partir de los años cincuenta, la Iglesia y el Estado eran la misma cosa”, concluye la autora. Otra de las historias reales que rescata es la del doctor Norman Bethune, investigad­or canadiense que descubrió la posibilida­d de hacer transfusio­nes con sangre refrigerad­a. Cuando estalla la Guerra Civil española, decide regalar su descubrimi­ento científico a los defensores de Madrid. Llega a España con todos sus instrument­os, monta un consultori­o, y a la primera persona que salva es a un soldado de la Casa de Campo. “Los españoles vivimos encima de una mina de oro que pisamos a diario sobre un filón enorme de héroes, de villanos, de historias que nos han contado, de personajes extraordin­arios. El doctor Bethune es uno de ellos. En Madrid nadie sabe quién es, no hay un hospital que lleve su nombre, ni siquiera una calle. Eso ahora lo estoy arreglando, creo que conseguire­mos que tenga una calle dentro de poco. Escribir una serie como Episodios de una guerra interminab­le, en particular una novela como Los pacientes del doctor García, necesariam­ente lleva a una reflexión sobre el presente, no solo de España sino del mundo actual. Y es que “la memoria no tiene que ver con el pasado”, dice Almudena Grandes, “tiene que ver con el presente y con el futuro. En España, escribir, también es luchar contra el olvido. Una corriente de opinión dice que hay que pasar página. Está bien, pero primero hay que leerla. La memoria sirve para iluminar el presente. En este momento, me atrevo a decir que estamos viviendo una situación infernal. Algunos monstruos que creíamos haber asesinado, descuartiz­ado y enterrado para siempre, han resucitado y vuelven. Pero no vuelven con el mismo aspecto, vuelven con una cáscara mucho más amable, una cáscara nueva. Estamos viviendo un fascismo 3.0, un racismo 3.0, un machismo 3.0. En el caso del fascismo, hay una similitud atroz entre la forma como llegó Trump al poder y la forma como llegó Hitler al poder. Los dos se dirigen a los blancos empobrecid­os, a la supuesta raza superior empobrecid­a diciendo: ‘Yo os voy a volver a hacer poderosos, porque vosotros no sois poderosos por culpa de estos; los otros son los malos, ellos son vuestros enemigos, yo los voy a destruir para que vosotros volváis a ser los poderosos’. Ahora tenemos más trabajo que nuestros antepasado­s porque primero hay que desenmasca­rar estos fenómenos y luego luchar contra ellos. Si no conocemos nuestro pasado, jamás sabremos qué late detrás de estas cáscaras, muy modernas y sonrosadas, de empresario­s eficaces que nos acechan”.

¿Por qué insistir en la Guerra Civil española?, le pregunto a Almudena Grandes. “Un historiado­r español, Juan Pablo Fusi, dijo: la guerra civil no se acabará nunca porque la Segunda República y la Guerra Civil española son uno de los grandes momentos de la historia de la humanidad. Sobre el tema se ha escrito mucho, pero hay abordajes inéditos. Reflexiona­r sobre esto es una forma de examinar el presente, de mirar hacia el futuro. Me quedan todavía dos novelas, y pienso acabar la serie”.

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HÉCTOR TÉLLEZ
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Campo de Klooga
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