Vuelta a la comparación
Desde la publicación de Asamblea de poetas jóvenes (1980) de Gabriel Zaid no han dejado de surgir recuentos de la poesía mexicana actual. El enorme catálogo recopilado por el autor de Campo nudista señalaba con asombro la explosión de poemas y poetas y proponía la necesidad de comprender ese estallido y esperar la aparición de las voces singulares. En los años siguientes, un complejo proceso de lecturas en festivales, talleres como sarampión, muestrarios heteróclitos, revistas efímeras o innovadoras —y hoy clásicas—, suplementos memorables, editoriales de un día o permanentes por vocación, premios en picada cada vez más discutibles y diversas intervenciones críticas —muy pocas independientes—, impulsaron la nueva actividad lírica.
El bosque que había visitado Zaid reveló caminos, pero no dejó de crecer la exuberancia y perpetuarse en claroscuro y en un debate más personal que analítico. Eran pertinentes las antologías Palabra nueva (1981) de Sandro Cohen; La sirena en el espejo (1990) de Espinasa, Mendiola y Ulacia; Prístina y última piedra (1999) de Eduardo Milán y Ernesto Lumbreras; Vientos del siglo (2012) de Margarito Cuéllar, Mario Meléndez, Luis Jorge Boone y Mijaíl Lamas; 359 Delicados (con filtro) (2012) de Pedro Serrano y Carlos López Beltrán; y, más recientemente, Arbitraria (2015). No obstante, el horizonte poético continuaba en la misma expansión y oscuridad del principio. Todos los balances adolecían del acto onanista de mirarse al ombligo e ignorar los puntos de comparación que dan sentido a un movimiento. Estos recuentos olvidaban quién los había presidido y omitían las diferencias. Actuar de esta forma los separaba del sentido hondo de todo presente, que lleva del pasado al futuro, y evitaba la confrontación.
La verdadera novedad y el acierto indiscutible de la Antología esencial de la poesía mexicana, cien poetas de los siglos XV al XXI (Océano, México, 2017) de Juan Domingo Argüelles estriba en crear de nuevo una memoria para leer la poesía del siglo XX y, sobre todo, la de los nuevos poetas. En esta operación, Argüelles rompe con la modestia patética del solipsismo generacional y retoma las aproximaciones sobresalientes, como Antología de la poesía mexicana moderna (1928) de Cuesta; La poesía mexicana moderna (1953) de Castro Leal; Poesía en movimiento (1966) de Paz, Chumacero, Pacheco y Aridjis; Poesía mexicana (1968) de Montes de Oca —Francisco—; y Ómnibus de la poesía mexicana (1971) de Zaid. Argüelles, con recio talante crítico, apuesta por una mirada que no le teme a la memoria y a las comparaciones. Asimismo, experto en Escribir y Leer, muestra una independencia poco usual, ya que en su selección no hay tópicos políticamente correctos —los Estridentistas—, exclusiones “vanguardistas” —Pita Amor o Concha Urquiza— y, sobre todo, Argüelles no sirve a un Amo o a un Clan. Él actúa por gusto propio al margen de la amistad y la reciprocidad. Por esta razón, la mejor correspondencia a su auténtica lectura es discutirla y compararla.