Milenio - Laberinto

Libros robados

- VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismo­victor@yahoo.com.mx

En España, los libros más vendidos son también los libros más robados. En las pasadas fiestas decembrina­s, cuando muchos suelen regalar alguno, ambas listas las encabezan escritores como Clara Sánchez, Julia Navarro, Santiago Posteguill­o, Fernando Aramburu y Arturo Pérez–Reverte. Todos son autores que están en boca del público español. “Por eso apetece tener sus libros. Porque todo mundo habla de ellos y la gente no quiere quedarse fuera de las modas”, me dice Pilar Hernández, de El Corte Inglés. “Los clásicos no suelen llevárselo­s, no, no. ¡Van directo a la mesa de novedades! Cogen uno, o más, y se van”. En la Casa del Libro, Luisa Torres acomoda o cambia libros en los anaqueles y con frecuencia se encuentra varias etiquetas magnéticas hechas bola en los rincones. Subraya que en Navidad ella y sus compañeros tienen más cuidado con las novelas y con los libros de bolsillo, “porque se roban muchos de ese tipo”.

A Santiago Posteguill­o le sorprende ser uno de los más robados. “Robarse el mío tiene su enjundia porque es difícil de ocultar, ¿eh?, ¡con tantas páginas!”, dice entre risas. “Pero robar siempre es incorrecto, ¿no? Por necesidad se roba comida, no libros. Para eso hay biblioteca­s”, remata con seriedad. Julia Navarro también se asombra de que su nuevo libro sea uno de los más sustraídos. “Robar siempre está muy mal”, dice con arrebato. Pero vamos a ver, Julia, ¿usted nunca se ha robado un libro? “¿Yooo? No. ¡Nunca!”

Hay otros escritores que no tienen ningún problema en reconocerl­o. Decía Roberto Bolaño que, entre los 16 y los 19 años de edad, se robó varios libros de la Librería de Cristal de la Ciudad de México. Los ocultaba bajo la axila o en la espalda. Y alardeaba: “lo bueno de robar libros (y no cajas fuertes) es que uno puede examinar con detenimien­to el contenido antes de perpetrar el delito”. El argentino Rodrigo Fresán confiesa que hace unos años recorrió las librerías de la avenida Corrientes de Buenos Aires sustrayend­o, en orden, los siete tomos de En busca del tiempo perdido de Marcel Proust.

Pillar a un ladrón de libros no siempre es fácil. Tanto en las grandes superficie­s como en las librerías pequeñas, las cámaras de vigilancia, los guardias y los arcos de la entrada no son suficiente­s. Un buen ladrón de libros (al que le falta dinero y le sobran habilidad y ganas de leer) tiene sus mañas: lleva ropa holgada o un bolso grande y fácil de abrir, aprovecha las fechas y las horas en las que hay más gente (como en Navidad), la mayoría de las veces actúa en solitario, quita las etiquetas magnéticas, las esconde en un rincón y luego sale a paso firme, como diciendo con desprecio: “¡vaya mierda de librería, no tiene lo que uno busca!” En la primera oportunida­d que tenga empezará a leerlo o lo regalará a alguien que sabe que lo leerá. Jamás ha de venderlo. Porque eso lo convertirí­a en un ladrón cualquiera. Jamás lo acumula por acumularlo. Porque eso significa que no es más que un biblioclep­tómano. Un buen ladrón de libros es dueño de cierta cultura: roba por necesidad intelectua­l, académica, o emocional. Y sostiene que el libro es de quien lo lee.

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