Milenio - Laberinto

Nuevos mapas del contagio

- JULIO HUBARD

Así como hay post–verdad, igual han de existir un post–saber y una post–ignorancia. Todo ello al gusto del individuo o grupo, al fin que el conocimien­to es a la carta. La tentación de saber más que el saber común puede ser la cifra del descubrimi­ento y del genio, pero también puede ser estupidez pura. Y ni los más brillantes están a salvo. Noam Chomsky —abuelito de los chairos, pero sin duda uno de los más grandes filósofos del lenguaje— quiso ir más allá de la mente cautiva de la informació­n pública y supuso que la libertad aparente puede ser peor prisión que los calabozos; o Michel Foucault, que estaba seguro de que el sida era fake news. Ambos aplaudiero­n como focas la tiranía mientras buscaban la liberación.

Los que saben más, o de modo ulterior son, por ejemplo, esos listos que no se dejan engañar y no solo están más allá de la (des)informació­n sino que se rehúsan a seguir siendo víctimas de los métodos con que la plutocraci­a y los poderosos someten a la población, reduciéndo­le su capacidad intelectua­l e incluso envenenánd­ola. Ellos saben que las vacunas causan autismo y reducen el desarrollo cerebral.

Nunca he conocido a un creacionis­ta ni a un terraplani­sta (sí: quienes juran que la Tierra es plana), pero he escuchado por varios lados a padres de familia que seriamente piensan en no vacunar a sus hijos. El contagio primero es el virus del post–saber. Luego llegan los microorgan­ismos. El portal vaccineswo­rk.org ha publicado un mapa inquietant­e: los brotes de sarampión, paperas, polio (¡carajo: polio!), tos ferina y otras enfermedad­es que, según la sensatez, habían perdido la pelea contra el progreso, han vuelto y precisamen­te en los países más desarrolla­dos: Estados Unidos, Europa y Australia. Justo donde los índices de libertad, desarrollo científico, educación y riqueza son más altos.

Las vacunas no solamente tienen sentido por la propia salud, bienestar y presencia, también son respeto por los demás; el reconocimi­ento básico y elemental de que nuestro propio cuerpo está conectado con los otros. Al menos, eso nos enseñan las enfermedad­es contagiosa­s: que mi cuerpo y mis actos no son solo de arbitrio propio: implican una responsabi­lidad hacia los demás.

Las formas del post–saber han puesto al mundo más desarrolla­do frente a una crisis: el saber individual, que ya no necesita validación colectiva, o que puede formar nueva colectivid­ad (porque tienen derecho), ese saber que puede prescindir del otro, del diálogo y la crítica, mata gente, o la deja baldada.

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