Un presente de cardos
En La espera, ex reclusos del penal de Santa Martha interpretan los delitos por los que fueron sentenciados
Cuatro trompos luminosos caen uno después de otro sobre el suelo negro del escenario. El mismo número de hombres se aproxima a seguir con su mirada la danza vertiginosa del juguete, hasta que una variación en la velocidad del giro hace perder el equilibrio de este elemento cónico sostenido por un solo punto. Pareciera que siguen y observan parte de su vida, segundos antes de que las vueltas se hagan amplias y lentas, antes de la caída.
Homicidio, violación, robo de autos y asalto a mano armada, fueron los delitos cometidos por los cuatros hombres que son actores formados en el penal de Santa Martha Acatitla, donde, durante el cumplimiento de 5 a 25 años de condena, se integraron a talleres pedagógicoteatrales, en los que se trabajan montajes de impacto social destinados a espectadores internos y externos.
La espera, obra testimonial escrita y dirigida por Conchi León, que da a conocer cómo fueron cometidos los delitos por sus protagonistas, es parte del resultado del proyecto que realiza el Foro Shakespeare junto a la Compañía de Teatro Penitenciario, que cumple nueve años de labor.
Una de las habitaciones del primer piso, habilitadas para funciones teatrales en el Foro Shakespeare, recibe a los espectadores que se sientan en gradas al frente y a un lado del escenario. Una ventana deja entrar la luz del alumbrado callejero y el pregón de un nocturno vendedor ambulante. Al centro, Javier Cruz, Ismael Corona, Feliciano Mares y Héctor Maldonado, protagonizan su propia historia.
La ficción tiene muescas provocadas por haber vivido la acción que se renueva con cada función, aberturas por las que grita una verdad que cimbra al espectador que la percibe en una voz ruda, en la mirada seca de los actores, en su contundencia al apuntar con una pistola, en el movimiento de su cuerpo, esculpido por el ejercicio, tenso y fuerte pero lastimado.
La farsa se asoma de repente, cuando la progenitora, con rebozo a la cabeza, zapatos de plataforma y voz aguda, se abanica con el fajo de billetes que le da su hijo, y el humor derriba por segundos el asombro, para dar paso al horror que envuelve la tragedia y la pérdida por haber extraviado el equilibrio.
La espera duele y reconcilia, expone la herida para sanarla. Cruda, violenta y estremecedora, la obra de Conchi León da un vistazo al infierno padecido por los cuatro hombres que cada noche traen de nuevo a su memoria las acciones que los condujeron a padecer vejaciones vividas y observadas durante los años de reclusión en el penal de Santa Martha.
Sin embargo, Conchi propone, como directora, un espacio negro en el que resalta el color de los objetos y la presencia de los hombres, donde el juego va en serio, y un cochecito plástico se transforma en un hijo al que se le habla, o un superhéroe del tamaño de una mano es una posibilidad de alejarse por delgados cordeles que cruzan el espacio de una habitación que es abismo, celda, calle y espacio de esperanza.
La aridez de los sucesos, la cruda honestidad con que se nombran las acciones, el fino margen por el que se cuela la coincidencia, la crueldad, la indiferencia, la violencia, la ternura, las imágenes nacidas antes del encierro, erigen un universo de cardos que revive en un espacio oscuro, donde el color de los objetos contienen vetas valiosas que los personajes– actores esperan recobrar mientras se despojan de un lastre que se desdibuja.