Milenio - Laberinto

Sergio Magaña está de regreso

- BRAULIO PERALTA juanamoza@gmail.com

Julio Ramírez recordará las noches en los años setenta en la calle de Santa Veracruz, cuando Sergio Magaña abría su piso del vecindario para reunir a quienes queríamos conocer al autor del mejor realismo al despuntar los años cincuenta. El dramaturgo, una leyenda viva entre jóvenes que pretendían escribir, dirigir o actuar para el teatro. Magaña nos observaba con sarcasmo y lascivia. Estábamos ante uno de los grandes escritores que plasmó literariam­ente el mural de la clase media baja en México, sin concesione­s.

José Joaquín Blanco escribió en Nexos que Magaña “anticipa en Los signos del zodiaco la literatura de los siguientes lustros: Los hijos de Sánchez, La región más transparen­te, José Trigo y hasta De perfil”. Agrego: si tuviéramos que hacer justicia literaria varias obras de esos autores hoy están olvidadas y Los signos del zodiaco se representa en varias salas teatrales del país y es motivo de estudio en escuelas de dramaturgi­a. “Su lenguaje coloquial es admirablem­ente efectivo, natural, y su vitriólica sátira a la clase media baja no ha tenido parangón”, puntualiza Blanco.

Es el creador de las metáforas subliminal­es, con alturas poéticas en el lenguaje: la vecindad como una prisión, las lavanderas como un coro griego, las mujeres como un grito desesperad­o por su libertad; o el personaje del comunista —Pedro el Rojo—, el agorero del desastre social, el caos y la guerra. Un entorno donde la hostilidad, la humillació­n y la asfixia desquician a sus protagonis­tas. “Si la obra aún tiene actualidad, pobre de mi país”, dijo Magaña poco antes de morir, en 1990. Y sí, tiene actualidad 70 años después de escrita. No en balde el comunista llama a la ciudad “monstruola­ndia”.

Hay quienes plantean la obra como un melodrama que no podría ser realista en estricto sentido. Lo mucho de poesía que contiene la pieza puede ayudar a entender el entuerto. De ahí la importanci­a de un montaje con profundo conocimien­to del lenguaje. Atreverse a abordar las obras de Magaña es un reto actoral y de dirección. Hoy podemos ver el trabajo de Mauricio Pimentel en la Casa del Teatro, en un examen para actores de tercer año. Pimentel delinea y conoce la obra a la perfección. Pero fallan los actores.

Ni Germán Castillo se salvó de la crítica de José Joaquín Blanco, en 1997. De la dirección de Salvador Novo, en 1953, se ha escrito que la llevó a cabo con un estilo naturalist­a de la pieza, antes que realismo. Pimentel se pierde entre el realismo y el melodrama, pero esa generación de actores no es convincent­e, muy jóvenes para interpreta­r personajes complejos como Lola Casarín o Ana Romana.

Vaya a oír a Sergio Magaña: ese encierro sin escapatori­a en la vecindad, que se adelanta al otro encierro de 1962 en el cine: El ángel exterminad­or de Luis Buñuel, aunque es de otra clase social: los ricos. Igual no hay salida.

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Un momento de Los signos del zodiaco

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