La libertad del editor
La Historia ha progresado a espaldas y por encima de los individuos, nos dice Marcuse y para Sade la corrupción y la disolución moral del pueblo son muy útiles porque permiten mantener en movimiento la maquinaria perpetuamente inmoral del Estado. La negación de Gallimard de publicar los escritos nazis de Céline es el argumento más valiente que puede esgrimir un editor: su libertad de publicar. La libertad de expresión casi siempre se refiere al que quiere opinar, no al editor responsable de publicar esas opiniones, sin embargo la libertad de un editor radica justamente en la capacidad de elección que define su posición ética personal y profesional. El argumento de que se deben publicar textos indignos porque los lectores tienen derecho a conocerlos y analizarlos es relativista e irresponsable, le permite al editor “pasar a espaldas y por encima de los individuos”. Céline exhibió su afiliación al nazismo con esos textos, no son “poemas” como han insistido en llamarlos, son insultos complacientes con un régimen asesino, es una de las acciones más serviles en la memoria de la literatura. La decisión de Céline de unirse a la corrupción del nazismo, como dice Sade, fue su aportación para perpetuarlo. ¿Que puede haber en esos textos que merezcan otra vez el derecho a ser publicados? La intención de darles vigencia, la letra impresa es propagadora, en este caso de una ideología genocida, el lector hace su análisis desde la aprobación del editor al otorgar un espacio a esos escritos, entonces, el supuesto análisis es improbable, y lo que sí es una certeza es que esos textos dan movimiento a los engranajes corruptos del racismo. No hay valor en unirse a ese sistema, el valor está en volver a rechazarlo, eso lo describió muy bien Thomas Mann en Doctor Faustus, cómo el nazismo determinó las relaciones filiales y estar en contra era el crimen más grave que podía cometer un alemán. Gallimard es un editor en ejercicio de su libertad, demuestra que el rechazo a la censura es una coartada cuando no se quiere tomar una posición ética ante el sello editorial y los lectores, es un alarde de libertad que no existe, el debate suscitado se ubica en el maniqueísmo que estigmatiza esta decisión editorial como un acto represor. El hecho de que estos textos existan en internet no implica que deban aceptarlos todos los editores, al contrario, en este momento de indiscriminada publicación, de abuso en el espacio de divulgación, es cuando la “libertad del editor” es indispensable.