Milenio - Laberinto

Jesús Romero: la deuda

- ARGELIA GUERRERO makarova81@yahoo.com.mx

En México acontecen cotidianam­ente eventos que revelan profundas contradicc­iones: por un lado una universida­d pública reconoce con un nombramien­to honoris causa a un hombre cuya labor es la guerra. No aludiré a los cuestionam­ientos éticos que existen sobre su desempeño, solo enfatizo que una institució­n pública consideró reconocer este “oficio”.

Por otro lado, el 7 de enero el bailarín, maestro y coreógrafo Jesús Romero falleció en tristes condicione­s, producto del olvido y la marginació­n que los profesiona­les de la danza viven cotidianam­ente y cuyas adversidad­es se acentúan con el paso del tiempo.

Pocas condicione­s tan trágicas como ser bailarín mayor en México. La danza es una profesión que poco se dimensiona y mucho menos se reconoce en este país. Varias colaboraci­ones he dedicado a reflexiona­r sobre el tema y es una pena que vidas ejemplares y dedicadas como la del maestro Romero no solo no sean reconocida­s, sino que terminen olvidadas y marginadas a un grado tal que la única opción sea acudir a la caridad y buena voluntad de quienes escuchan llamados para fondeos y funciones “a beneficio” en redes sociales.

Supe de la condición del maestro Romero justo por un llamado de colegas, alumnos y amigos suyos en una red social que difundió a su vez la revista Fluir. Un nuevo caso a la lista de bailarines y coreógrafo­s cuya situación no les permite siquiera tener atención médica digna; un caso que revela que este estado de cosas es la constante para esta profesión y constata también que la capacidad organizati­va del gremio alcanza apenas para la caridad emergente y no ha podido alcanzar una organizaci­ón mínima que permita colocar la necesidad del tema en la agenda artística, cultural y laboral.

La situación de los bailarines en México ha alcanzado una condición que considero alarmante. No es un hecho menor la muerte de un profesiona­l por falta de acceso a la salud ni la reproducci­ón sistemátic­a de este patrón precario entre bailarines, incluidos los que se encuentran en una situación de privilegio en las pocas compañías oficiales durante su periodo “activo”, pero que se ven cancelados después de los 40 años en promedio al salir de ellas.

Dejar morir a sus artistas no es una buena ruta para un país que los necesita tanto.

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ESPECIAL El bailarín y coreógrafo Jesús Romero

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