Dear Prudence
Estas líneas no tienen que ver con la canción de los Beatles, sino con la supuesta virtud de la prudencia, que más allá de su etimología o algún significado teológico, entendemos tal como la pinta la RAE: “Templanza, cautela, moderación”. O sea, que apenas representa una virtud para quienes poseen un corazón templado, cauteloso y moderado. Dígase de otro modo: mediocre, timorato y apocado.
La semana pasada, a través de la prensa polaca, se pudieron seguir en tiempo real las heroicas acciones de un grupo de montañistas que intentaban rescatar en “la montaña asesina” de Nanga Parbat a dos colegas asaltados por el cansancio y el congelamiento en una atmósfera de oxígeno ralo y temperaturas de cuarenta bajo cero. Al final, alcanzaron a la escaladora francesa ya en la frontera entre la vida y la muerte, y tuvieron que renunciar a ir más arriba, donde el polaco Tomasz Mackiewicz hubo de entregarle el alma a la montaña.
Los comentarios de los prudentes no se hicieron esperar. Podríamos resumirlos en: “No entiendo por qué alguien se juega la vida de ese modo”. Y llegaban a la mezquindad de: “¿Por qué mis impuestos se han de gastar en rescatar a un tipo que por gusto se metió en ese lío?”.
Pensé entonces en Montaigne, quien escribió: “La prudencia, tan delicada y circunspecta, es enemiga mortal de las acciones elevadas”.
Aristóteles le apuesta a un punto medio cuando habla de las virtudes y los defectos. Menciona que el valor es la virtud entre los extremos de temeridad y cobardía, si bien don Quijote agrega que en caso de salirse del centro, “menos mal será que el que es valiente toque y suba al punto de temerario, que no que baje y toque en el punto de cobarde”. Pero los montañistas no son aristotélicos, sino nietzscheanos. Aristóteles buscaba lo universal, creía hablarle a todos; Nietzsche escribió para pocos.
Y así habló Zaratustra: “Quien asciende a las montañas más altas se ríe de todas las tragedias, de las del teatro y de las de la vida”.
En el Sermón de la Montaña, Jesús proclama: “Bienaventurados los mansos”, mas eso lo dijo a gente de moral esclava que apenas trepó unos metros de la ladera de un monte. En la cumbre del Everest, hubiese tenido distinto público, y su discurso habría sido otro: “Bienaventurados los enérgicos, los insumisos, los osados”.
Por su parte, Zofia Kwiatowska concluye su ensayo sobre las pasiones nocturnas y diurnas diciendo: “Hoy, con la luz eléctrica, el ser humano se ha transformado en un manojo de emociones descoloridas, por eso la mayor virtud contemporánea es la prudencia”. Y por eso hay pocas cosas tan aburridas como un padre dando buenos consejos a su hijo, al estilo de Cat Stevens en su empalagosa “Father and Son”.
Que un hombre muera congelado en un pico de los Himalayas ha de entenderse y hasta celebrarse como esencia del espíritu humano, porque el hombre de verdad vino al mundo para escalar montañas reales y metafóricas.
Brindemos, pues, por la imprudencia.