La tentación técnica
El ruido de las confesiones. Hace poco, en unas conferencias organizadas por Axios, se reunieron varios grandes desarrolladores de redes sociales y Sean Parker, primer CEO de Facebook, salió a expiar: sabíamos que podíamos explotar la adicción de la gente a la dopamina cerebral con ciertos recursos de interacción “y, aun así, lo hicimos”. Parker parece obtener un doble goce al confesar: que decir la verdad alivia, en primer lugar, pero también parece que repite la excitación de quien halla frente a sí un recurso técnico y lo hace realidad. Placer de matemáticos y científicos, de técnicos y de quien tiene una herramienta nueva: no solo es descubrir algo, bajo la especie del conocimiento; es verificar la propia existencia en el mundo, transformándolo.
Pero heredamos una superstición teórica que puede empañar la comprensión del mundo bajo las nuevas tecnologías. Los filósofos en general suelen estar seguros de que primero aparece una idea, un diseño y que después de pensar, se lleva a cabo. Así sucede con Heidegger, Arendt, Ortega y Gasset y muchos más. No imaginan que pueda darse de otra manera: la inteligencia forma al mundo y el pensamiento gobierna a las manos. Pero no siempre es así: con muchísima frecuencia ha sucedido que uno halla en las manos una herramienta y se pone a averiguar qué sucede cuando la usa, por esa tentación infantil, por la belleza de las herramientas, ya después veo qué hacer. ¿Cómo no voy a hacer algo con esta herramienta? Como niño con crayola. Aunque solo quede la pared... Y es un modo de explorar el mundo: el conocimiento que empieza con las manos. Son muy pocos los filósofos que consideran esta segunda posibilidad: Bergson, Sennett. Pero es por eso que un ensayo intrigante como El trabajador, de Ernst Jünger, resulta superior a los deliquios de Heidegger sobre la técnica: Jünger puede reconocer que la tentación de la pura técnica puede transformar la realidad y que la reflexión aparece después de haber cedido a la tentación de explorar el mundo con las manos.
La mitología sabe cosas que la filosofía ignora. El conocimiento del mundo está más a la mano en la tentación de Eva y de Pandora, en la insaciable curiosidad de Fausto, que en la melancolía del geómetra. ¿Por qué los hackers decidieron seguir si temían las consecuencias? Por la misma razón que J. Robert Oppenheimer: ‘‘Cuando hallas algo técnicamente gozoso (technically sweet), vas y lo haces y ya después deliberas sobre qué hacer con lo que hiciste. Y así fue con la bomba atómica”. L