Música que hace pensar en la niebla
El grupo texano Balmorhea ofreció un concierto en el Teatro Milán de la Ciudad de México, para presentar su disco Clear Language
El sonido comienza a expandirse y Hombre 1, frente al sintetizador, camina hacia atrás hasta la batería. El sonido — suave, penetrante, monocromático (un sombrío color digital RGB con ausencias de verde y azul y bajo porcentaje de rojo)— se expande sin prisa, por sí mismo (magia de la tecnología: autonomía en los acontecimientos sonoros).
La expansión del sonido es lenta y envolvente. Envuelve en el anhelo. Envuelve en la contemplación. Envuelve en la nostalgia. Resulta inevitable: las sensaciones tienden hacia los recuerdos ante los sonidos quietos.
Sobre el sonido expansivo del sintetizador vacío, Hombre 2 presenta, desde su teclado con sonido de piano, un tema A de cinco notas (las dos primeras afirman y, tras una pausa, las otras tres, ligadas, parecen poner en duda esa afirmación) que comienza a repetirse una y otra vez, estilo minimalista. Hombre 1 sigue el tema A desde la batería. La decisión de seguir y no acentuar hace que su labor, en términos de intenciones, sea más melódica que percutiva.
El tema A se ha repetido tanto que comienza a deconstruirse; el efecto de las obsesiones de una melodía es la destrucción: el oído comienza a imaginarle una configuración distinta. Las dos notas que antes afirmaban juntas ahora parecen en conflicto; conflicto que la pausa (cuyo significado solía ser orden) confirma desde una tensión silenciosa utilizada por las tres notas finales para moverse al principio y desde ahí insinuar una persecución efímera y fragmentada.
En esta música no existen las estructuras cerradas, tampoco las construcciones completas. Hombre 1 abandona la batería y camina hasta el contrabajo. Hombre 3 toma un chelo y Mujer 1 un violín. Ni personas ni sonidos representan algo creado en esta música.
Ahora mismo, en el espacio, suceden dos acontecimientos sonoros: la monocromática vibración expansiva del sintetizador vacío y el repetitivo tema A de cinco notas a cargo del piano y la batería.
Entonces, sin violencia, irrumpe la sección de cuerdas. Ante sí, dos posibilidades: desarrollar el tema A o dejarse envolver por la ambigüedad de la vibración monocromática.
La primera posibilidad implica evocar el sinfonismo decimonónico y, por tanto, imponer música al servicio de la melodía. Y eso —la imposición de un parámetro absoluto— resulta predecible y artificial.
Esta música nace de la necesidad de nunca ser algo concreto; de vagar, increada, por la atmósfera sin imponerse restricciones sobre destinos o sensaciones. Es música que hace pensar en la niebla.
La sección de cuerdas decide dejarse envolver. Decide vagar. Decide experimentarse a través del ambiente. El contrabajo y el chelo producen sonidos graves, homófonos y largos, que permanecen suspendidos y expectantes. La sensación es opresiva. El violín ensaya trinos disonantes, aquí y allá, guiado por patrones arrítmicos; allá y aquí, trinos aislados de características atonales.
El único movimiento horizontal es el del piano, que poco a poco se ha convertido en un sonido marchito, desgastado y amargo. De pronto, el sonido del piano se apaga. Hombre 2 se levanta del teclado y se cuelga una guitarra eléctrica. Sale Hombre 4 y se coloca ante el sintetizador. Hombre 1 se aleja de su contrabajo y regresa a la batería. Hombre 3 voltea su chelo sobre sus muslos y comienza a golpear ligeramente, como si fuera un tambor, la madera. Mujer 1 abandona el escenario. L