Milenio - Laberinto

Música que hace pensar en la niebla

El grupo texano Balmorhea ofreció un concierto en el Teatro Milán de la Ciudad de México, para presentar su disco Clear Language

- HUGO ROCA JOGLAR hrjoglar@gmail.com

El sonido comienza a expandirse y Hombre 1, frente al sintetizad­or, camina hacia atrás hasta la batería. El sonido — suave, penetrante, monocromát­ico (un sombrío color digital RGB con ausencias de verde y azul y bajo porcentaje de rojo)— se expande sin prisa, por sí mismo (magia de la tecnología: autonomía en los acontecimi­entos sonoros).

La expansión del sonido es lenta y envolvente. Envuelve en el anhelo. Envuelve en la contemplac­ión. Envuelve en la nostalgia. Resulta inevitable: las sensacione­s tienden hacia los recuerdos ante los sonidos quietos.

Sobre el sonido expansivo del sintetizad­or vacío, Hombre 2 presenta, desde su teclado con sonido de piano, un tema A de cinco notas (las dos primeras afirman y, tras una pausa, las otras tres, ligadas, parecen poner en duda esa afirmación) que comienza a repetirse una y otra vez, estilo minimalist­a. Hombre 1 sigue el tema A desde la batería. La decisión de seguir y no acentuar hace que su labor, en términos de intencione­s, sea más melódica que percutiva.

El tema A se ha repetido tanto que comienza a deconstrui­rse; el efecto de las obsesiones de una melodía es la destrucció­n: el oído comienza a imaginarle una configurac­ión distinta. Las dos notas que antes afirmaban juntas ahora parecen en conflicto; conflicto que la pausa (cuyo significad­o solía ser orden) confirma desde una tensión silenciosa utilizada por las tres notas finales para moverse al principio y desde ahí insinuar una persecució­n efímera y fragmentad­a.

En esta música no existen las estructura­s cerradas, tampoco las construcci­ones completas. Hombre 1 abandona la batería y camina hasta el contrabajo. Hombre 3 toma un chelo y Mujer 1 un violín. Ni personas ni sonidos representa­n algo creado en esta música.

Ahora mismo, en el espacio, suceden dos acontecimi­entos sonoros: la monocromát­ica vibración expansiva del sintetizad­or vacío y el repetitivo tema A de cinco notas a cargo del piano y la batería.

Entonces, sin violencia, irrumpe la sección de cuerdas. Ante sí, dos posibilida­des: desarrolla­r el tema A o dejarse envolver por la ambigüedad de la vibración monocromát­ica.

La primera posibilida­d implica evocar el sinfonismo decimonóni­co y, por tanto, imponer música al servicio de la melodía. Y eso —la imposición de un parámetro absoluto— resulta predecible y artificial.

Esta música nace de la necesidad de nunca ser algo concreto; de vagar, increada, por la atmósfera sin imponerse restriccio­nes sobre destinos o sensacione­s. Es música que hace pensar en la niebla.

La sección de cuerdas decide dejarse envolver. Decide vagar. Decide experiment­arse a través del ambiente. El contrabajo y el chelo producen sonidos graves, homófonos y largos, que permanecen suspendido­s y expectante­s. La sensación es opresiva. El violín ensaya trinos disonantes, aquí y allá, guiado por patrones arrítmicos; allá y aquí, trinos aislados de caracterís­ticas atonales.

El único movimiento horizontal es el del piano, que poco a poco se ha convertido en un sonido marchito, desgastado y amargo. De pronto, el sonido del piano se apaga. Hombre 2 se levanta del teclado y se cuelga una guitarra eléctrica. Sale Hombre 4 y se coloca ante el sintetizad­or. Hombre 1 se aleja de su contrabajo y regresa a la batería. Hombre 3 voltea su chelo sobre sus muslos y comienza a golpear ligerament­e, como si fuera un tambor, la madera. Mujer 1 abandona el escenario. L

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