Lerdo pero no lerdo
Me parece pobre hablar del libro como “objeto”, pues un lector no degrada algo tan valioso con semejante expresión. En todo caso, los libros– objeto serían aquellos álbumes que se hallan intactos sobre la mesa de centro en alguna casa, pero dejan de serlo en el momento en que se abren por primera vez y exhalan sus novicios aromas editoriales, sobre todo si no se miran nada más las fotografías sino que se lee algo de lo que está escrito. Auténticos libros–objeto son los que suelen aparecer detrás de Peña Nieto cuando da un mensaje a la nación.
Pero sí hemos tenido presidentes que abren libros y se sumergen en ellos. Ahora pienso en Sebastián Lerdo de Tejada, que llegó a ser miembro de la Academia Mexicana de la Lengua. Su biógrafo, Adolfo Carrillo, habló de “su magno cerebro”, se refirió a él como el “Benvenuto Cellini de la palabra”, la cual era “refinada, de cadenciosa estética”. Don Sebastián discutía “materias de la naturaleza que tanto encantaban al erótico Aristófanes” y, de entre los pensadores norteamericanos, solo se interesaba por Ralph Waldo Emerson, sobre el cual sabía decir cosas como: “Hay mucho de austero en su filosofía, que me recuerda los silogismos de Pascal y de Montaigne. Tiene su pluma la virilidad de un Nietzsche sin sus brutalismos y crudezas. Emerson es una perla que brilla en el estercolero comercialista de los Estados Unidos”. Refiriéndose a Platón, censuraba su República, considerándola como una utopía infantil.
Cuenta Carrillo que lo visitaba en su vivienda de exilio en Nueva York y lo hallaba en su pequeña biblioteca “escogiendo a veces, y para pasar el rato, ora la Ifigenia, de Eurípides, ora bien el Tartufo, de Molière, o Mademoiselle Fifi, de Maupassant. Y con el cigarrillo en sus delicados dedos, ensimismábase en la lectura, centelleándole de cuando en cuando los redondos y pardos ojillos”.
Sobre él dijo José Martí: “El señor Lerdo es un genio, pero como todos los genios, avasalla su espíritu el amor: ama con la furia de un Fausto, piensa con la profundidad de un Gibbon y siente con la exquisita ternura de un Hamlet”.
Leía a los poetas latinos en latín, teniendo predilección por Catulo, tal como a los autores galos en francés. Su libro preferido de literatura francesa era Gargantúa y Pantagruel, de Rabelais, y aludiendo a Victor Hugo decía: “Sus libros sacuden en vez de inspirar; son como cataratas que aturden y relámpagos que ciegan”.
Y así, entre política, filosofía y literatura, van avanzando estas memorias, o biografía, escritas con artificio y verdad, un poco al modo como Platón nos da a conocer a Sócrates. El libro fue un éxito cuando se publicó, y uno de sus intensos lectores fue Francisco I. Madero. Por razones obvias se trataba de un texto antiporfirista, y don Porfirio persiguió al autor que hubo de andar a salto de mata y de océano.
En nuestro frágil presente, cualquiera de los candidatos se nota más alfabetizado que nuestro actual mandatario, pero no tanto como para que podamos hacernos de un presidente ilustrado. Nos conformamos con que en eso de la cultura de la corrupción no sea tan culto. L