Carmen de las tinieblas televisivas
El último escenario de Carmen de Mairena es (y será) un libro. Después de haber explotado su personaje freak en los programas de la telebasura española, el hombre que se hizo mujer en la clandestinidad del franquismo a base de silicona, maquillaje barato y batas y pelucas estrafalarias, pasa el último tramo de su vida en una residencia para ancianos de Barcelona. Tiene 84 años y demencia senil. Usa turbantes y está postrada en una silla de ruedas. “A Carmen de Mairena le han fallado sus contemporáneos. Pero es que los contemporáneos siempre se creen mejor que la época que les ha tocado”, dice el escritor Javier Pérez Andújar en el prólogo de Carmen de Mairena. Un intento de una biografía (Blackie Books), el libro con el que la ilustradora y diseñadora Carlota Juncosa ha rescatado de las tinieblas televisivas a quien delante de las cámaras solía hablar de manera tan barroca como soez.
La tarea de Juncosa, es de suponerse, no fue fácil. Durante siete meses, sin embargo, hizo lo que pudo: contar y dibujar lo que vio y escuchó con la curiosidad del extraterrestre que llega a otro mundo, completamente alejado de los reflectores y las apariencias del personaje que se quedaron grabadas en el imaginario colectivo español. Pero no ha hecho este libro, aclara ella misma, como “la búsqueda de la risa fácil ni del chismorreo”, sino como “un ejercicio de empatía, una historia de incomunicación, un acercamiento a un mundo ajeno a mí”.
Carmen de Mairena nació como Miguel Brau en la Barcelona de 1933. Un día ganó un concurso de imitadores y, desde entonces, empezó a ser el transformista que cantaba coplas en algunos teatros. Más tarde, una vecina le inyectó silicona para “afinar” su aspecto femenino, pero el trabajo empezó a escasear y no le quedó más remedio que prostituirse. Pisó la cárcel (“ser maricón era ir contra Franco”) y luego pasó más de 20 años vendiendo, de nuevo, ratos de placer, hasta que en los años noventa llegó a la televisión local y, más tarde, a la nacional. En la pantalla explotaron su humor y su miseria mientras el populacho se entretenía, se transtornaba a base de carcajadas y se grababa en la mente el rosario de sus máximas: “Soy puta y mi coño lo disfruta. Tengo mucho talante por detrás y por delante”.
Llegó entones la fiebre de corrección política (que todavía padece España) y Carmen de Mairena se volvió un desecho catódico. Sobrevivió como pudo: dos películas porno, el alquiler de las habitaciones de su casa por horas para la prostitución, apariciones esporádicas en la tele, una candidatura independiente a la alcaldía de su ciudad. Pasaron los años y se fueron acumulando la mugre, los problemas, los aprovechados, los achaques y los timos y el juguete roto empezó a cobrar el aspecto de “un dinosaurio cansado, incapaz de ser sorprendido” o el de “una muñeca de trapo vieja y polvorienta”.
Así, en ese estado (sin la peluca, el maquillaje y las extravagancias de antaño), se la encontró Carlota Juncosa y pasó unos meses visitándola, conociendo su entorno y su realidad. El resultado de su trabajo es un perfil crudo y hermosamente humano que demuestra, como dice Pérez Andújar, que “vivir no es gracioso”. L