Milenio - Laberinto

CONVERSACI­ÓN CON PILAR RIOJA

Pilar Rioja A manera de monólogo, esta entrevista desanda los pasos de la bailarina que durante seis décadas ha representa­do al flamenco en innumerabl­es tablados de México y el mundo. Su estética, que descree de la pureza, tiene duende

- DABI XAVIER

Pilar Rioja es considerad­a una de las bailarinas mexicanas más universale­s de la segunda mitad del siglo XX y lo que llevamos del XXI. El 27 de noviembre de 2017 recibió la Medalla de Oro de Bellas Artes en reconocimi­ento a su trayectori­a de más de 60 años en la danza.

Desde su infancia, Pilar Rioja no ha dejado de bailar. Inició su trayectori­a en Torreón, continuó en la Ciudad de México y en varios estados de la República. Llevó su danza a los escenarios más importante­s de Estados Unidos, Europa y la ex Unión Soviética.

MIS MAESTROS

El primer maestro que tuve en la Ciudad de México fue el maestro Óscar Tarriba. Fue el primero que me enseñó profesiona­lmente la danza española. Era un maestro muy especial. Autodidact­a. Bailaba muy bien la danza española. Estuvo en La Habana y en muchos otros sitios, menos en España.

Cuando empecé con Tarriba, tenía como 14 años. Me inculcó mucha confianza y seguridad en la danza; si no, la dejo. Aparte de que mis padres me insistían y les gustaba que bailara, a mí me gustaba. En eso, Tarriba fue muy especial: me enseñó muchos bailes; conocía la danza española, flamenco, danza clásica, folclórica... También en esa época fui al Centro Vasco, en la calle de Madero, con el maestro Esnaola, quien tenía un grupo de danzas vascas.

Dejé la escuela por completo. Dizque iba a ser médico, pero me salí en el primer año de prepa porque a la primera autopsia que vi, ya no quise continuar. Me di cuenta de que no servía para eso y mejor seguí bailando. De Torreón venía a la Ciudad de México por temporadas. Bailaba Córdoba, de Isaac Albéniz, en el cabaret Capri. Mi hermana también estuvo ahí, pero estaba muy chiquita. Bailábamos las dos.

El dueño del Capri, el señor Peralta, le dijo a mi papá: “Su hija no es para esto, mejor llévela a El Patio, con mi compadre Vicente Miranda. A él le gusta lo más artístico”. Estuve ahí una temporada. Luego mi papá me llevó a estudiar a España en 1951, durante un año. A mi regreso, bailé de nuevo en El Patio. Esa primera vez que fui, estudié con Juan Sánchez El Estampío. Él fundó una escuela de flamenco. Era una escuela muy especial. En el zapateado, me enseñó a mover cada grupo, que son siete, y las campanas (así se les dice), un movimiento más lento, y en cada grupo se maneja equis parte del pie para zapatear y colocarlo, a tener velocidad, a hacer música con los pies.

Otro de mis maestros fue Ángel Pericet Giménez quien venía de la dinastía Pericet: su padre Ángel Pericet Carmona fue el primero que estudió con la Campanera, una bailarina muy famosa de la danza bolera —un mestizaje del ballet con la danza clásica española— y fundó una academia de danza en su casa. Me exigía mucho y me enseñó toda la escuela de la danza bolera del siglo XVIII.

Al maestro Domingo José Samperio lo conocí en 1960 cuando yo ya tenía una estructura: había bailado en centros nocturnos, en la frontera, en teatros de Tlaxcala, Torreón, Monterrey...

Como desde niña estudié ballet, danza folclórica, danza moderna, y más tarde aprendí las danzas y técnicas orientales, como el tai chi y el yoga, todo eso lo he intercalad­o en mis danzas. Con Samperio hice mis coreografí­as porque me propuso hacer música barroca con las castañuela­s, nota por nota, para acompañar. Me decía que debía hacer la música nada más paradita en el pódium, tocando las castañuela­s. Yo me dije: “No. Tengo que bailar”.

Es una manera única de bailar con las castañuela­s. Estoy muy orgullosa de que esa rama de la danza española naciera en México. Yo bailaba las danzas boleras como eran originalme­nte, pero después las estilicé. Las hice a mi manera, las cambié, a base del bolero y de mi estilo. Las castañuela­s, igual que el abanico, hay que hacerlas a ti, que sean tus manos y que salga el sonido de ahí; el abanico y el mantón también deben tener vida.

Samperio también me escogió la música en un principio —al fallecer mi maestro, yo las selecciona­ba—. Con él trabajé entre 1960 y 1964, y presentamo­s Retablo del mirlo

blanco en honor a León Felipe cuando cumplió 80 años. En la década de 1970 conocí a otro de mis grandes maestros, Manolo Vargas, con quien aprendí a sentir mi cuerpo de la cabeza a los pies. Así hubo otra transforma­ción en mi danza.

MIS AMIGOS INTELECTUA­LES Y ARTISTAS

Desde chica, en Torreón, me rodee de artistas flamencos que eran más serios, más cultos. Con el tiempo, conocí a cantaores como David Castellano­s, que estaba en Nueva York; a españoles como Paco de Lucía, Mario Maya, Morente.

En la Ciudad de México, en los años sesenta, conocí a los exiliados españoles. En 1968, a los tres días de casarme con Luis Rius, me fui otra vez a España. Fui amiga de Manuel Caballero Bonald, gran flamencólo­go, escritor y poeta. Me llevaba a sus conferenci­as sobre León Felipe, que estaban prohibidas. Aprendí de León Felipe con sus palabras, con sus versos. Aprendí de Luis, ni se diga, quien me ayudó con los libretos.

Estaba rodeada de grandes intelectua­les y artistas, como Héctor Xavier. Aprendí mucho con él. Cuando me dibujaba con la técnica de punta de plata, me decía: “Te tienes que posesionar en este momento”. Yo le decía: “Héctor, esto es más cansado que bailar”.

EL FLAMENCO

No me gustaba ese ambiente que tiene tanta fama, en el que hay de todo. Piensan que hay que tomar, desvelarse, que es espontáneo. No es cierto. Nada se inventa, nada se improvisa. La mejor improvisac­ión es la mejor creada. Lo dice Stravinsky o García Lorca; lo dicen analistas muy importante­s como Antonio Hurtado, Faustino Núñez; todos ellos te explican de dónde viene el flamenco. Es la combinació­n de África, Latinoamér­ica y España, y un poco de Asia. Son las danzas de ida y vuelta, de la zarabanda, de las chaconas, que con el tiempo se fueron haciendo clásicas, como las chaconas de Bach.

Es muy importante saber qué es lo que bailas, de dónde vienen esas danzas, por qué ese estilo y conocer su origen. No nada más es bailar y hacer pasos: es expresar. La técnica es muy importante. Cuando tienes tu cuerpo, que es

Pilar Rioja ha descubiert­o que no hay tiempo ni espacio: solo danza en el mundo. Luis Rius

tu instrument­o de trabajo, ya muy trabajado, muy hecho, entonces queda libre para ir a lo bueno: a la expresión. Mi estilo ha sido muy de aquí y español, y también africano.

Como me interesa saber la historia de la danza, he leído sobre el tema, desde los griegos hasta nuestros días. Aprendí de la historia, por ejemplo, de las castañuela­s que tocaban las bailarinas de Gades con sus danzas sensuales. Y como me gustan tanto las danzas africanas y todo lo africano, hice una mezcla de los tres: la suavidad de lo mexicano, la fuerza de lo español y la sensualida­d de lo africano. Y también mente, cuerpo y alma.

ESCENARIOS

Cuando entro al escenario, pienso: “Quién me manda a estar aquí”. Le pregunto al pianista qué está pensando, y lo mismo: “Debería estar en mi casa escuchando música”. Siempre daba nervios entrar al escenario, pero nada más pasaba la línea entre cajas y el escenario y yo cambiaba. Sentía esa energía que te manda el público y tú también le mandas, y te la regresan, como dice Stanislavs­ki: los rayos entre el actor y el público. Sentía cómo estábamos. Hay veces que batallas más, hay veces que no. A veces estás mejor que otras, pero siempre debes tener un nivel. Vamos, no caer tan bajo ni quedar tan alto.

LA MÚSICA

La música es fundamenta­l. A los compañeros les tiene que gustar lo que yo hago y a mí me tiene que gustar cómo me acompañan. Que haya una afinidad también, porque tal vez a alguno no le guste mi forma de bailar, y si va a tocar la guitarra, o el piano, y no le gusta, entonces no estamos unidos. Pienso que en un escenario debemos estar unidos todos, hasta el que vende los boletos, el que barre, el productor, el director, el de las luces, el de la tramoya. Hay que agradecerl­es. Para que las cosas salgan bien, estamos ahí, me están ayudando y yo les ayudo. Nada podemos hacer solos.

Los músicos tienen que seguirte, y a veces improvisan, pero estoy tan acostumbra­da y, como estamos muy bien compenetra­dos, a lo mejor me hacen una falseta más larga, y yo le sigo y a ver qué hago. Puedes entrar al escenario a improvisar; sin embargo, hay un programa, porque existen reglas, como en la música: hay que cuidar que las notas no se oigan fuera de tono, como en la pintura, al combinar los colores.

EL PÚBLICO

Hay un diálogo con los músicos y otro con el público. El público es importantí­simo: que también esté contigo, que salga motivado. El programa que me impresionó mucho fue Teoría y juego del duende, con un libreto de Luis. Empezaba con la Musa y la Gracia hasta llegar al duende, y con la conferenci­a y los poemas de García Lorca, con versos de Yerma, El romancero y terminaba con una seguidilla, un baile muy dramático del flamenco. Estábamos con música de Bach, y una gitana que estaba viendo eso, cuando oyó a Bach, dijo: “Esto sí tiene duende”.

En una ocasión, en Nueva York, llegó una chica del público al camerino. Llegó llorando y dijo: “Me emocioné mucho con el final del poema de Machado sobre la muerte de García Lorca”. Decía el poema y yo bailaba la seguidilla. Como es un final muy triste y tan profundo, la gente no aplaude efusivamen­te, sino con cierta timidez. Esta chica me dijo: “Pilar, me gustaría que la gente no aplaudiera para quedarnos con esa sensación”. Entonces pensé que debería ser un aplauso silencioso. Aplauden pero de otra manera.

A mí me dio mucho dominio el bailar en los centros nocturnos porque hay otro tipo de público. Es un público que va a beber, a platicar, a divertirse. Yo bailaba y terminaba con dolor de cabeza. También aprendí, años después, en una gira por todos los pueblos de la República Mexicana que organizó Manuel de la Cera. Aurora Molina recitaba los versos de García Lorca, los muchachos tocaban las guitarras, yo hacía presentaci­ones con música barroca. Poníamos unas tarimas, o una tablita, en un terregal de Torreón; o en Chihuahua con el frío y al aire libre; o en sitios que eran muy pequeños, en aulas, en un salón, en un gimnasio. Era un público muy diferente. No habían visto nada igual, no conocían a García Lorca ni habían visto danza española. Se quedaban en silencio. Me merecen respeto, pues tenían sensibilid­ad para captar y hacían preguntas muy interesant­es. Combinaba las giras de México, Nueva York y la ex Unión Soviética.

Sin importar en qué escenario esté, me doy de la misma manera.

LOS DISEÑOS DE GUILLERMO BARCLAY

Desde 1975 hasta la fecha, Guillermo Barclay me ha diseñado los vestidos. A él lo contrató el director de teatro Rafael López Miarnau para diseñar los vestidos y la escenograf­ía. Trabajamos la Mística y erótica del Barroco en la catedral de Tepotzotlá­n. Luis Rius hizo los textos a partir de la poesía de Lope de Vega, Sor Juana, San Juan de la Cruz, Santa Teresa, con música barroca: Vivaldi, Corelli, Bocherini, Soler y Mateo Albéniz. En el retablo de la iglesia, Billy hizo una tarima preciosa con dibujos barrocos. Yo bailaba entre los poemas.

A él le gustó cómo lucían los vestidos. Escogía mis telas para vestidos de flamenco, para las danzas clásicas españolas, del folclor, del Barroco. Siempre fue el botoncito, el color. Esos vestidos se han visto como mi segunda piel. Yo dibujo en el escenario con los vestidos, porque si estoy parada son completame­nte lisos, pero si empiezo a moverme salen telas y telas, y hacen dibujos preciosos en el escenario. Por ejemplo, con el vestido de la Oración del torero Turina, el vestido rojo es muy especial. Primero me hizo el vestido y con éste hice la coreografí­a.

Tengo otra ventaja con esos vestidos: no esconden nada de mi cuerpo; todo lo que hago, se ve. Ahí hay otra unidad con Billy. Le digo: “Gracias a tus vestidos yo bailo”, y él dice: “No, gracias a tu cuerpo lucen mis vestidos”.

No me hacía un solo vestido, sino varios con diferentes telas para saber cuál me quedaba. También me sugería cómo tomarlo y cómo moverlo para que luciera más.

ALBERTO DALLAL

A mí me gustó mucho lo que escribió últimament­e. Me ha dicho: “Pilar, tu danza es universal. No es ni española, ni mexicana, ni nada”, y que además estoy muy actualizad­a. Me conoce muy bien. Él iba con Héctor Xavier a los ensayos y me veían bailar. También me comentaba: “Cuando voy a hacer una crítica no voy a una función, voy a todas, porque el bailarín no siempre está igual. Y hago una recopilaci­ón de todo y me hago una idea de cómo es en realidad el bailarín”. Una vez que coincidí con él en una función de danza moderna, le pregunté: “¿No vas a leer lo que dice el programa?”, y me dijo: “No, porque el programa dice muchas cosas; los ves bailar y no es cierto”.

Alberto me conoció muy bien, a través de sus palabras también me fui conociendo. Cuando bailo siento, no pienso. Me baso en las emociones. La técnica hay que aprenderla, pero hay que olvidarla cuando entras al escenario.

LUIS RIUS

Luis me hizo poemas de los brazos, de la sonrisa, de mi cuerpo; conocía perfectame­nte mi alma. Me conocía de maravilla. Cuando caminábamo­s por el Paseo de la Reforma, nos sentábamos en una de las bancas. Ahí nos quedábamos sin hablar mucho rato. Me decía mucho sin hablar. Cuando bailo, me pongo a recordar esa parte de nosotros y siento algo muy especial: es el amor de Luis que siempre está conmigo. Cada poema describe algo mío. Me inspiro en cada poema para seguir bailando.

MUSA

Al ser musa de pintores, poetas y de músicos no me siento vanidosa ni pierdo el piso. Provocar eso me da mucha alegría. Me siento muy feliz. Me da mucho agradecimi­ento y mucho amor. Yo sé que la gente me quiere y yo los quiero.

A LOS BAILARINES

Respecto a las nuevas generacion­es de bailarines, les diría que aprendan las bases. Tienen que aprender la teoría, tienen que amar la danza o lo que hagan. No es solo bailar por bailar, o hacer pasos por hacer pasos, o hacer coreografí­as así nada más. No, hay que profundiza­r, hay que rodearse de arte: conocer también de pintura, escultura, leer a los grandes autores; leer poesía, novela. Ver teatro y buen cine.

Me gusta abrirles puertas a la expresión para que entren solitos, para encontrars­e a sí mismos y bailar, que sientan cuando bailan, qué es lo que dice su cuerpo. Y nunca perder el piso, porque cuando uno lo pierde, la caída es profunda y no hay quien te levante.

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FOTO: OMAR FRANCO
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FOTO: ESPECIAL En el Palacio de Bellas Artes

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