Vargas Llosa, el espantajo y la mentira
Fiel a su vocación de polemista, Vargas Llosa aprovechó la presentación de El llamado de la tribu para asestarle un latigazo al electorado mexicano e invocar la lucidez colectiva pues no vaya a ser que nuestro país caiga en un retroceso. El populismo, ese fantasma que recorre la República Mexicana cada sexenio, volvió a ser la tesis central del Nobel peruano y su paradigma apocalíptico volvió a ser Venezuela (¡ups, qué miedo!) porque al parecer, para el prócer liberal México ya dejó de ser la dictadura perfecta y se convirtió en una democracia imperfecta, aunque yo siempre he creído que el sistema político mexicano nunca ha sido ni dictadura ni democracia sino un Frankenstein ensamblado con partes de todos los tipos de gobierno pero, en fin, según el enemigo acérrimo del perfecto idiota latinoamericano hay que mantener las estructuras tal y como están y evitar a toda costa que el populismo invada las mentes, contamine la conciencia y termine por abducir a la nación hacia los siniestros rumbos del absolutismo bananero.
Ah, Vargas Llosa y sus quimeras. Alguien debería decirle que México está entrampado, desde siempre, en el populismo más truculento, que el populismo es lo único que sostiene las plataformas de todos los partidos, las cúpulas, los gremios, los bandos, las pandillas, las franquicias de poder (o qué fueron, o son, las tarjetas Monex, el “sueldo rosa” de Edomex, los programas como la cruzada contra el hambre o los fondos de Sedesol para combatir la pobreza que luego desaparecieron en una estafa maestra o los recursos para la reconstrucción de la CdMx después del sismo y que iban a administrar tres alegres compadres de la Asamblea). El autor de La civilización del espectáculo dijo: “Hay una posibilidad de que México retroceda de una democracia a una democracia populista, una democracia demagógica. ¿Van a ser tan insensatos los mexicanos, teniendo el ejemplo dramático de Venezuela, de votar algo semejante? Mi esperanza es que no, y que haya lucidez suficiente”. ¿Dijo demagógica? ¿Hay poca, suficiente o mucha lucidez? ¿Y Venezuela?... Cualquiera con sentido común sabe que por condiciones geopolíticas es imposible que México se vuelva un clon de la isla de Fidel Castro o de la tierra de Maduro. “¿Rebelión en la granja? ¡Nomás faltaba!”, sería el primer sopapo en Twitter de Donald Trump.
De todos modos, para tranquilizar a Vargas Llosa por el futuro mexicano, no hay que cometer el error de condenar al país a un retroceso y, a la hora de votar, pensemos que por nuestro bien es mejor que el sistema político siga intacto, porque siempre es mejor un Javier Duarte o un César Duarte que un Hugo Chávez. Es mejor tener un Ayotzinapa o dos saqueos al mes detectados por la ASF o tres o cuatro desapariciones forzadas dos veces a la semana o un par de esposas de políticos que merecen la abundancia que ser gobernados por un doppelgänger de Maduro.
Jean–François Revel, autor canónico de Vargas Llosa, documentó a la mentira como el sostén del poder político en El conocimiento inútil: “La democracia no puede vivir sin la verdad, el totalitarismo no puede vivir sin la mentira; la democracia se suicida si se deja invadir por la mentira, el totalitarismo si se deja invadir por la verdad. Como la humanidad se encuentra comprometida en una civilización dominada por la información, una civilización que no sería viable si fuera regida de manera predominante sobre la base de una información constantemente falseada, creo indispensable, si es que queremos perseverar en la vía que nos hallamos, la universalización de la democracia y, por añadidura, su perfeccionamiento. Pero creo más probable, en el presente estado de las costumbres, de las fuerzas y del modo en que queremos vivir, el triunfo de la mentira y de su corolario político”. En México, todos los partidos y candidatos prometen un cambio, la mentira suprema .