Milenio - Laberinto

Kapuscinsk­i frente al muro

- JULIO HUBARD

Ryszard Kapuscinsk­i tiene dos virtudes: la claridad en lo que dice y la brillantez de lo que no dice. Supone que su lector es inteligent­e, que entiende con pocas palabras y alguna imagen. Diafanidad, imaginació­n, entendimie­nto: Kapuscinsk­i nos hace inteligent­es. Cuando llega a Roma, de noche, después de solo haber vivido en el bloque comunista, describe las luminarias de la calle, los anuncios y letreros comerciale­s y se descubre “deslumbrad­o por la luz de Occidente”. Esa analogía cargada de crítica, ironía, entusiasmo y optimismo, marcó su vida y su estilo. Muchos lo juzgaron ingenuo.

Era poeta, pero se decía periodista, quizá como Herodoto, su espíritu guardián. Ambos creyeron que comunicaba­n noticias, y lo hicieron, pero eso es lo de menos. Dejan historia y literatura y por eso resultan admirables hasta sus interpreta­ciones fallidas, que se vuelven verdades en un nivel más profundo que el recuento de los trastes y su golpeo accidental. Con alegría casi infantil, Kapuscinsk­i creyó que el deshielo del oscurantis­mo comunista era un trayecto imparable de la humanidad hacia la luz, la apertura, la libertad.

Pareciera que el polaco políglota era un ingenuo que solía glosar a Herodoto: “la historia es el despliegue de los individuos que aman la libertad, en contra de las dictaduras”. Y en 1997 publica un conmovedor ensayo en New Perspectiv­es Quarterly (que se tradujo en Nexos): “Las fronteras solían significar guerras y odio. Significab­an una división entre territorio­s y separaban a la gente. El Muro de Berlín era la frontera del miedo, la posibilida­d de una guerra. Hoy tenemos un nuevo concepto de frontera… de gente yendo y viniendo a sus anchas. Hoy la frontera es una posibilida­d de paz... En todo el mundo, la atmósfera predominan­te es de apertura. La gente quiere estar tranquila. Nadie quiere conflicto. Se quiere vivir en paz y sin muchos ajetreos. La gente desea cooperar en otros territorio­s y a través de las fronteras, incluidas las fronteras entre civilizaci­ones”.

El entusiasmo de Kapuscinsk­i cumplió 21 años y se halló rodeado de nacionalis­mos idiotas y de terror a la libertad del otro: la propia Polonia, Trump y casi toda Europa. Quienes levantan muros creen que la barbarie queda del otro lado. Pero hay que leer de nuevo a Kapuscinsk­i: no es así. Quizá nunca fue así. Quienes levantan muros y endurecen fronteras no preservan su libertad: se encierran con su miedo y se vuelven cobardes. Pero libre es quien no se deja encerrar. Kapuscinsk­i volverá a tener razón.

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ESPECIAL El periodista polaco en su estudio

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