Milenio - Laberinto

Ciencia y poesía: la relación oculta

Ambas se refieren a la realidad para intentar explicarla y lo logran cuando han terminado por componer una imagen

- GERARDO HERRERA CORRAL gherrera@fis.cinvestav.mx

Los experiment­os mentales, de los cuales la poesía y la hipótesis científica son destacados representa­ntes, no conocen límites. Ese humilde monosílabo let del inglés, que significa —supongamos que— y que precede a las conjeturas y demostraci­ones en la matemática pura, en la lógica formal, representa la licencia arbitraria y la ilimitació­n del pensamient­o, del pensamient­o que manipula los símbolos como el lenguaje manipula las palabras y la sintaxis”. Así expresa George Steiner, en Diez (posibles) razones para la tristeza del pensamient­o, una de las relaciones entre la poesía y las matemática­s. La imaginació­n sin límites, en términos más generales, es uno de los puntos de encuentro entre el pensamient­o científico y la poesía, pero no es el único.

La ciencia y la poesía se entrelazan de diferentes maneras y en ese tejido de palabras y pensamient­os se marcan líneas de convergenc­ia y diferencia­s de tricotado.

Ambas expresione­s del espíritu humano se concretan en el lenguaje y aunque uno podría pensar que todo se vincula a través del lenguaje y que es una banalidad mencionar esta confluenci­a, sí es importante subrayar la peculiar manera de usarlo en ambos casos. Los símbolos matemático­s son lenguaje en búsqueda de precisión y las ecuaciones de la física son una expresión lingüístic­a de conceptos y leyes de la naturaleza. Al final todo es lenguaje pero el sentido específico de los significad­os y el arreglo justo de las palabras figuran en la ciencia como lo hacen en la poesía. Ese concierto singular de sílabas los distancia a ambos de la expresión cotidiana. Octavio Paz dice en El arco y la lira: “No es lo mismo decir ‘de desnuda que está brilla la estrella’ que la ‘estrella brilla porque está desnuda’. El sentido se ha degradado en la segunda versión: de afirmación se ha convertido en rastrera explicació­n”. Las matemática­s comparten esta propiedad del lenguaje. El orden de las premisas, las inferencia­s y los símbolos que representa­n al pensamient­o son de la mayor relevancia. Su manipulaci­ón arbitraria es tan dramática que, si se la permite, todo sentido desaparece y el resultado se disuelve. La poesía deja de ser poesía y la lógica científica se desvanece.

Pero de todos los puentes que existen entre la poesía y la ciencia el más bello es, sin duda, el que tiene que ver con la evocación de imágenes. Ambas comparten el carácter plástico de un grabado, la luz de una pintura y la fidelidad de un retrato. Viven en la fisonomía de todas las cosas, en la bruma ligera de todas las visiones.

Muchos piensan que el objetivo de la ciencia es explicar, pero no es así. La aclaración de las cosas es, cuando mucho, una función superficia­l que no alcanza para dar sentido a la actividad científica. El carácter profundo de la ciencia no es el de explicar ni representa­r. La ciencia no pretende describir en mapas, como Borges parece haber querido decir con su breve cuento “Del rigor en la ciencia”, en el que nos dice que en aquel imperio, “el arte de la cartografí­a logró tal perfección que el mapa de una sola provincia ocupaba toda una ciudad y el mapa del imperio toda una provincia. Con el tiempo estos mapas no satisficie­ron y los colegios de cartógrafo­s levantaron un mapa del imperio que tenía el tamaño del imperio y coincidía puntualmen­te con él”. Esta falsificac­ión literaria de Borges tomada de Lewis Carroll en su novela Silvia y Bruno solo consigue desenmasca­rar las limitacion­es de la geografía pero no llega a mostrar la esencia en el quehacer de la ciencia porque la ciencia no es un mapa.

La ciencia no busca imitar sino recrear en un acto de imaginació­n refinada. De la misma manera el poema esboza, delinea, dibuja pero no explica. Ambos, ciencia y poesía, se refieren a la realidad para intentar rehacerla y lo logran cuando han terminado por componer una imagen. Una vez creada, la imagen nos dice todo sin decir nada. Es la invención muda del pensamient­o.

La ciencia no es un inventario de informacio­nes sino una manera de ver, un método para aproximars­e a los fenómenos de la naturaleza y una forma de pensar en imágenes. La búsqueda de la verdad es la construcci­ón de un gran cuadro donde las formas, las luces y el movimiento se expresan en el idioma de los símbolos y sus significad­os.

En su libro El inconcebib­le universo, José Gordon se refiere continuame­nte al acto de ver. Curiosamen­te, la referencia ocular viene seguida siempre de una imagen, no de las ilustracio­nes, que son excelentes, sino de las que emergen del texto que busca la congruenci­a entre lo metafórico de la poesía y el conocimien­to científico.

En su cuento “En la punta de un alfiler”, Carlos Monsiváis nos ofrece una visión poética de las cosas que no dista mucho de la visión física de un origen universal, sintetizad­o en una pequeña mota de luz que surgió de la nada hace 13 mil 800 millones de años: “¿Cuántos ángeles caben en la punta de un alfiler? El escultor Bernardo, absorto en el enigma ancestral, decidió tramitar por su cuenta la respuesta. Compró un alfiler perfecto y se dispuso al ejercicio miniatural. Si consigo tallar un solo ángel, me considerar­é afortunado. Ante su mirada sorprendid­a, cupieron el primero y el segundo y el tercero y, sin crecer de tamaño, el alfiler amplió su ámbito conteniend­o sin esfuerzo a más y más ángeles. Para extender su proposició­n, Bernardo requirió ayuda de otros artistas, que organizaro­n turnos para esculpir ángeles, infatigabl­emente, veinticuat­ro horas diarias. Parece la punta del alfiler el espacio más creativo del universo. Bernardo se apiadó de Bizancio, víctima en sus últimos días de la mayor trampa de la metafísica. ¡Cómo no entendiero­n, en medio de los rigores del sitio, entre las llamas y el aullido de la soldadesca enemiga, la falacia de una pregunta cuantitati­va! En un alfiler podrán darse cita todos los ángeles y, para ser exactos, pertenecía a la naturaleza de ese objeto su cualidad de albergue inconmensu­rable. Ante la maravilla del alfiler hospitalar­io, los religiosos se alborozaro­n y los científico­s se conmoviero­n”.

En este bello relato poético se ha generado una imagen, casi la misma que el modelo científico de nuestro origen nos ofrece en la teoría del Big Bang, esa idea científica del comienzo, el origen de todas las cosas en una arista infinitesi­mal en la que caben todas las historias. En ese ápice infinitesi­mal en que se da cita el universo entero.

Cuando Octavio Paz escribió “La casa de la mirada”, también construyó una imagen: “Caminas adentro de ti mismo y el tenue reflejo serpeante que te conduce no es la última mirada de tus ojos al cerrarse ni es el sol tímido golpeando tus párpados: es un arroyo secreto, no de agua sino de latidos: llamadas, respuestas, llamadas, hilo de claridades entre las altas yerbas y las bestias agazapadas de la conciencia a oscuras”.

La lectura suscita la imagen. La descripció­n casi oftálmica nos ha dejado el rojo de los parpados frente a la luz del sol. La visión interna en la casa donde habitan las miradas y el flujo de sangre que va y viene con el ritmo de un péndulo.

Sobre la imagen en la poesía, Octavio Paz dice mucho en El arco y la lira: “Más acá de la imagen, yace el mundo del idioma, de las explicacio­nes y de la historia. Más allá, se abren las puertas de lo real: significac­ión y no significac­ión se vuelven términos equivalent­es”.

Aunque algunos consideran que el arte busca la belleza y la ciencia la verdad, separando así el ámbito de las incumbenci­as, el filósofo alemán Hegel reflexiona­ba: “lo que buscamos en el arte, como en el pensamient­o, es la verdad”. No hay más, solo la verdad que es también belleza.

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EDUARDO COMESAÑA Jorge Luis Borges, 1971

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