Sonámbulos en Torreón
Con Eros díler (2012), su primera novela, el narrador coahuilense Nazul Aramayo se instaló en esa zona donde el narcotráfico arriesga preguntas y ofrece respuestas exclusivamente literarias. Descreía de las invectivas sociológicas, o apenas descriptivas, para crear ambientes que a partes iguales representaban el infierno y el paraíso del consumo de drogas. Con La Monalilia y sus estrellas colombianas ha vuelto a erigir un mundo al que se ingresa con facilidad pero del que resulta muy difícil salir: el de los amores y los lazos afectivos destinados a correr hacia la alcantarilla.
Sus seis relatos apelan a una cotidianidad maldecida por el desempleo, la ausencia de futuro, el sexo bajo riesgo, la adicción a la piedra, la ruina sentimental y la fealdad urbana. Transcurren en el ámbito de la familia o de la mala vida en pareja y llevan hasta el límite el desencanto por lo que significa haber nacido y luego irla pasando en Torreón y sus alrededores. Estamos, pues, en lo que hemos dado en llamar el “Norte”, ajeno sin embargo a la guerra entre narcotraficantes o a las hordas coléricas que han sustituido al Estado. Quiero decir que la violencia no está “allá afuera” sino “ahí dentro”, entre cuatro paredes, en la sala o la cochera donde humea la carne asada o en el colchón manchado de toda clase de excrecencias.
La Monalilia y sus estrellas colombianas atrae a una corte variopinta de marginados que protagonizan más de un relato. Son desechos de la maquila y de una ciudad que “ha terminado como la conocíamos. Mañana despertaremos hambrientos y solteros. Crudos también pero sobrevivientes y listos para beber el caldo de cualquier esfínter”. Lesbianas, jotos, metaleros, vaqueros, cholos, travestis, promiscuos y estafadores, sirven a una obsesión devoradora, destructora, que basta para imponer una sensación de parálisis. Beben, cogen, aspiran y vuelven a coger pero lo hacen en un estado de sonambulismo que remite en mucho al teatro de marionetas. Creen actuar libremente cuando en realidad esa madre con herpes que es Torreón manipula los hilos.
“Pienso que el infierno es un punto en el prepucio que evoca nuestros mejores momentos a punta de chaquetas”, dice uno de los personajes antes de recibir la noticia de que será padre. De este tamaño es la cínica amargura que transmite Nazul Aramayo. ¿No será ésta la postura a la que debería aspirar la narrativa que proviene del Norte para dejarse de una vez por todas de empistolados y descuartizados y policías con dos caras y novelistas frustrados que se meten a resolver crímenes e injusticias?