Milenio - Laberinto

Los magníficos secretos de Loayza

- ALONSO CUETO

En los tiempos del marketing y de la literatura, el ejemplo del limeño Luis Loayza nos refresca con su callada pasión por lo esencial. Escribir y vivir en la intensidad del silencio fue una consigna de su vida. Loayza, que murió el lunes pasado en París a los 83 años, es ejemplo de una pasión discreta por los libros. Lector erudito, con un gusto excepciona­l, su conversaci­ón estaba llena de elegancia y erudición. Relatos suyos como “Mi segunda juventud” y “Enredadera” son joyas narrativas que seguirán atrayendo lectores en todo el mundo. Sus ensayos sobre Joyce, Borges, sobre Las mil y una noches (incluidos en Libros extraños) ofrecen versiones originales y memorables. En el de Joyce comenta la influencia del autor irlandés entre aquellos que nunca lo han leído.

Devoto de Hawthorne, de De Quincey, de Arthur Machen (a quienes tradujo), su temprana pasión por Borges llevó a Mario Vargas Llosa a dedicarle Conversaci­ón en La Catedral con el mote con el que sus amigos lo llamaban: “El borgiano de Petit Thouars” (en alusión a la calle donde vivía). El universo de Loayza está poblado por seres lacónicos, con vidas secretas, que contemplan amores nunca realizados. Sus emociones están barnizadas por la tintura gris del cielo de su ciudad. La soledad y el amor distante se correspond­en en su universo de la quietud. En Otras tardes, el protagonis­ta vive una pasión con Ana, siempre ajena. En “Enredadera”, el personaje idealiza a Adela, quien resulta la amante de Manuel, un hombre casado. En “La segunda juventud”, una pequeña obra maestra, el amor de los protagonis­tas flota como una atmósfera en una reunión de dos amigos que no volverán a verse. De ese relato viene una de las frases más recordadas: “Mi amor fue limeño, mortecino y desesperad­o como la garúa, y creo que ella también sentía por mí una pequeña pasión”.

Loayza pudo haber sido uno de sus personajes. Exonerado de la fama y del ruido del mundo, era sin embargo un hombre de conversaci­ón franca y locuaz, dotado para el humor, una señal de la amistad. Habiendo partido a Europa a fines de los años cincuenta, haría allí una carrera como traductor. Cuando lo vi por primera vez en 1973, en Lima, me dijo que era la última vez que iba a regresar a su país. Hace pocos años, en París, me dijo que si alguien le dijera que Lima era como cuando él era joven volvería al día siguiente. Le parecía intolerabl­e que el tiempo hubiera cambiado su ciudad. Era un devoto de la ilusión, un escritor.

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ESPECIAL Luis Loayza

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