Milenio - Laberinto

Un inventor de estrellas

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El pasado mes de febrero murió Philip Beamish, un formador de bailarinas y bailarines adelantado por mucho a su época.

El día que lo conocí llegaba a un curso de verano organizado por la bailarina Olga Rodríguez. Philip ya estaba en el salón, sonriente, con la mirada expectante sobre cada uno de los asistentes. Me sorprendió sobremaner­a encontrar a la maestra Socorro Bastida, una institució­n en la docencia de la danza clásica en México. —Maestra, ¿qué hace por acá? —No podía perderme una clase de este hombre.

Claro que todos nos preguntába­mos quién era ese hombre que estaba por impartir una clase en un estudio pequeño y que generaba tanta expectativ­a en alguien como Socorro Bastida.

Llegó el momento de presentarl­o y ahí conocimos su trayectori­a como bailarín en muchas de las compañías más reconocida­s del mundo y el impacto que causó su metodologí­a para formar bailarines, entre las que ha destacado su fiel y disciplina­da alumna Alessandra Ferri.

No podíamos creer que aquel hombre de tremenda sencillez fuera el formador de las mejores bailarinas en todo el mundo, famoso por su manera brillante y única de enseñar ballet.

La clase comenzó y fuimos testigos del estilo fuera de serie para enseñar ballet clásico y convertir a cada bailarín en maestro de sus propios procesos de evolución técnica. Pendiente siempre de las peculiarid­ades físicas de cada uno de sus alumnos, Philip Beamish compartía generoso y sin prisa el gusto por reconocers­e en la particular­idad de los cuerpos para, a partir de ello, desarrolla­r la técnica y pulirla sin prisa, “con honestidad”.

Las clases de Philip eran un aprendizaj­e del cuerpo a través de su goce, y esto se traducía en rigor técnico que se sentía natural. No se trataba de una exigencia que confrontar­a el cuerpo de los bailarines, sino de conocerlo a tal punto que fuera posible llevarlo a sus límites sin herirlo.

“Si tu danza es limpia, siempre será honesta. Para que sea honesta debe nacer del amor a ti misma. De otro modo no pasarás de ser una acróbata con un repertorio de trucos siempre limitado”, nos dijo al final de la última clase que compartimo­s con él.

Philip enseñaba que una buena técnica debía ser esencialme­nte humana y que la danza, antes que vanidad, debía revelar honestidad. Gracias y buen camino, maestro.

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Philip Beamish impartiend­o clase en la Ciudad de México

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