Un actor y su feligresía
La adaptación del bestseller de David Javerbaum, Un acto de Dios, parece espectáculo de Stand–Up
Difícilmente alguien pensaría que Dios podría elegir a Horacio Villalobos como conducto para dar a conocer los diez nuevos mandamientos de su ley divina a una multitud de fieles que han desgastado su nombre y tergiversado sus preceptos. Menos aún cuando se busca generar sensatez en las personas para que dejen de involucrar al Señor en temas banales de su existencia.
David Javerbaum, ganador de 13 premios Emmy como guionista de televisión, autor de la obra Un acto de Dios, crea a un personaje que se hace presente en México, en el cuerpo del actor y conductor de radio y televisión, quien con indumentaria eclesiástica, se dirige a sus fieles mediante un montaje con rasgos de espectáculo standupero y cabaretil, dirigido a un público que busca ser parte del irreverente acto.
La obra del estadunidense, surgida de una serie de twits y posteriormente del libro de sátira religiosa The Last Testament: A Memoir by God, estrenada en 2015 en Broadway, protagonizada por Sean Yahes y posteriormente por Jim Parsons, cuenta ahora con la versión mexicana que dirige Pilar Boliver, en la que Villalobos, conductor de los programas Dispara Margot, dispara y Farándula 40, se retroalimenta con la reacción de quienes van al teatro a ver y escuchar de frente a un Dios abiertamente gay, que se autocritica y abre paso a las opiniones del actor sobre diversos temas del espectáculo y la política.
La fórmula, que cumple con algunas reglas del bestseller, funciona para quienes disfrutan espectáculos de esta naturaleza. Villalobos, vestido con el Alba propia de los sacerdotes ministeriales, que deja ver parte de sus tenis, su pantalón de mezclilla y su camisa a cuadros, sentado en un sofá color claro bajo una bóveda celeste con altos arcos laterales, se dirige a los espectadores como si hablara a sus radioescuchas, con quienes comparte su visión sobre la creación del mundo y los protagonistas, en este caso masculinos, del pecado original.
Aseveraciones como “La fe no está peleada con la razón” y con amenazas de eliminar bendiciones en caso de que se siga involucrando a Dios con diputados y ex presidentes, o de que no cese la costumbre de nombrarlo durante la fornicación, incluida la exigencia de que dejen de implorarle favores sobre asuntos deportivos, conducen al Dios de esta comedia a exponer su juicio sobre una sociedad que encontró en este personaje un salvoconducto multiacceso para protegerlo de sus irresponsabilidades.
Consciente de que Dios es para sus seguidores “una marca establecida, prestigiada y exitosa”, el personaje continúa con la exposición de sus nuevos diez mandamientos, entre los que el séptimo reza: “No me dirás qué hacer”, lo que equivale a extirpar la costumbre de decir “Si Dios quiere”, para dar paso a la sentencia: “Si quieren algo bueno, hagan su chamba, bola de huevones”.
En ese tono, que los espectadores —en su mayoría seguidores del conductor—, celebran a carcajada abierta, el montaje sigue su curso, aderezado con comentarios sobre sucesos de la semana o noticias protagonizadas por Kate del Castillo y el Chapo, Yuri o Maluma.
El personaje omnipotente es acompañado en esta ocasión por un salamero Arcángel Gabriel, a cargo de Ricardo White, y por un inocente y politizado Arcángel Miguel, interpretado por el joven actor Axel Santos, cuyo rol cuestiona al Creador, sobre siglos de esclavitud, enfermedad y pobreza, siendo este actor quien, al subir y bajar del escenario para lanzar los cuestionamientos de su personaje, como si se tratara de preguntas del público, le imprime al montaje, pródigo en ironía y sarcasmo, una buena dosis de dulzura y energía vital.
Un acto de Dios reproduce en parte lo que ocurría sobre los escenarios del Coliseo y el Teatro Principal en el siglo XVIII, cuando algo del atractivo del comediante estaba envuelto tanto en su fama como en lo que se comentaba en torno a su vida laboral y privada.