MI AMIGO EL DISPAREJO
XAVIER VELASCO
Lo conocí en alguna cena protocolaria, pero fue hasta una tarde en las playas cariocas que comenzamos a hacernos secuaces. Más por curiosidad entomológica, me temo, que por cualquier presunta afinidad. Agudo como es, no tardó en advertir que si ambos fuéramos actores teatrales, nuestra pieza sería La pareja dispareja. Para colmo, nacimos el mismo día del año, bajo el signo fatal del escorpión. Debe de ser por eso que siempre que nos vemos la agenda no contempla más que carcajadas.
Contra todo pronóstico, él es el nómada y yo el sedentario. Suele mudar de casa, ciudad y país con la facilidad que cambio yo teléfono. De hecho, una de nuestras más gustadas ñoñerías consiste en juguetear con ambos aparatos, nacidos por supuesto en décadas distintas. Normalmente nos vemos por Skype, pero si coincidimos en alguna ciudad acabaremos canturreando juntos los hits más vergonzosos del pleistoceno.
Sé que David Toscana es un desvergonzado por lo fácil que cede a la tentación de transformar a sus seres queridos en personajes chuscos del reino animal, de lo cual se arrepiente entre risas traviesas que desde luego distan de absolverlo. Juntos hemos soñado con huir para siempre al Ipanema, y si un día dejó Varsovia por Lisboa fue solo para contradecir mis sambas con sus fados.
Hace tiempo que no nos comunicamos, recién supe que emigró a Tarifa, Cádiz. Enamorados ambos de sendos mujerones, lejos estamos de guardarnos rencor. Sé de él por sus artículos y novelas, y dada su elocuencia magistral ello es mucho saber. Dos cosas sí le faltan: un verano completo en Río de Janeiro, para limarse un poco ese rasposo acento lusitano, y una pronta visita al confesionario. En un descuido, tiene ahí otra novela.