El arte de la comedia
Cuántas dotes para la comedia encontramos en la obra narrativa de Adrián Curiel Rivera. Se desplazan con refinamiento, sin exceso ni alharaca. Su más reciente novela confirma y renueva estos dones. Reímos con ella porque saboreamos la perspectiva del infortunio ajeno.
Mientras soporta a regañadientes el fracaso de su matrimonio, el protagonista de Paraíso en casa —un próspero ingeniero que se ha mudado a Mérida después de sufrir un asalto en la Ciudad de México— decide escribir una novela “que en el fondo hable de su resentimiento”: Paraíso en casa. Así es. En la novela que tenemos en nuestras manos habita a su vez otra novela en la cual un personaje ha contratado a un negro para que escriba un panfleto titulado, sí, Paraíso en casa, un llamado a reivindicar “la familia y la sociedad tradicionales, incluso por medio del uso legítimo de la fuerza”. Que Curiel Rivera haya pensado en el diseño de una matrioska, con tres realidades distintas, no debería asustar a los seguidores de las estructuras simples pues se concentra en narrar y en ese camino va ordenando un mundo cuyos elementos principales son la burla de la auto conmiseración y la crítica de algunos vicios arraigados en la vidilla literaria.
Conmiseración: aspirante a novelista, el ingeniero va a dar a un taller de escritura donde campean la fanfarronería y el orgullo provinciano, a los que solo puede oponer su miserable condición de esposo abandonado y, sobre todo, sexualmente inane. La vidilla literaria: Mérida, el reducto canicular de la casta divina, es un compendio de esa pompa que representan los homenajes, las giras de promoción, las entrevistas en radio y televisión y los cocteles. A qué hora entonces puede un auténtico novelista sentarse frente a su mesa de trabajo.
La comicidad de Adrián Curiel Rivera tiene algo sin lo cual sería indescifrable de los mercachifles de la risotada: se alimenta de la parodia de ciertos géneros en boga —el relato en rosa, la saga del narco, el mazacote político— y no duda en llevarlos hasta el delirio en esa novela que va escribiéndose dentro de Paraíso en casa, y que termina siendo un homenaje a la superficialidad disfrazada de profundidad. Hace falta coraje para ejecutar ese desdoblamiento selectivamente intrépido.
La experiencia agridulce que nos reserva Paraíso en casa le debe mucho a una visión carnavalesca del mundo. Durante el tiempo que dura su lectura, somos invitados a una juerga en la que el tono más serio coquetea con el más liviano, y la risa y la mueca dolorida se revuelcan juntos en la cama.