“No creo que la cultura sea necesaria”
Con cuatro filmes, la directora argentina ha creado una de las narrativas más atractivas del cine latinoamericano
Cuesta trabajo creer que Lucrecia Martel llegara al cine por casualidad. Con cuatro películas —La ciénaga (2001), La niña santa (2004), La mujer sin cabeza (2008) y Zama (2017)—, la realizadora argentina ha construido una de las narrativas más originales y críticas del cine latinoamericano.
¿Cómo decide ser cineasta?
Por casualidad. En la adolescencia quería ser científica, pero no alcancé lugar en la universidad de Salta, mi pueblo, y estudié Filosofía. Al final decidí mudarme a Buenos Aires para estudiar Comunicación Social. Ahí coincidí con músicos y escritores, con quienes estudié cine. Gané un concurso de cortometraje y por ahí me seguí. Es decir, llegué casi por imitación de mis amigos.
¿Qué películas seguía entonces?
Nunca tuve un deseo real de hacer cine. Mi necesidad era registrar algunas cosas. Siempre he pensado que mi gusto por la narrativa tiene que ver con los relatos orales.
Curioso que hable de la oralidad porque sus películas no son precisamente dialogadas.
Lo que me gusta del relato oral no es el diálogo, sino la estructura. El sonido es colectivo. Cuando hablo de oralidad pienso en todos los elementos. Muchas de mis escenas empiezan por situaciones sonoras.
Entre La mujer sin cabeza y Zama hay diez años. ¿Cuándo es momento de hacer una película?
No sé. Hay demasiado de todo. ¿Para qué seguir agregando cosas? Me toma tiempo concretar una idea. Tampoco creo que la cultura esté siendo importante o necesaria.
¿Por qué?
Mis películas circulan entre un 30 por ciento de la población. Mi discurso puede ser muy crítico pero no sale de ese nicho. El consumo cultural es tal que una película mía se vuelve inocua. Seguramente vivimos un momento de transición, pero tengo la impresión de que la cultura no está yendo contra el sistema con contundencia. No son los años sesenta.
Precisamente este año se celebran cincuenta años del 68, año que replanteó esquemas en varios países.
Sí, y muchos de los protagonistas se volvieron pequeños burgueses moderados. Lo más transformador de los últimos años es el feminismo, un movimiento filosófico y activo. Y conste que te lo digo sin que me asuma dentro de él. Mi cine no se dedica a pensar desde la perspectiva de la mujer de una manera sistemática.
¿Qué piensa del movimiento #MeToo?
Es la emergencia en Hollywood de algo que viene desde hace muchos años. Representa la punta del iceberg de una lucha que muchas mujeres han dado desde el anonimato. No entenderlo implica asumir que el Capitán América viene a salvar al mundo.
¿Cómo construye la narrativa de sus películas partiendo de que lo mismo adapta una novela, como en Zama, que trabaja sobre un cómic, como en El eternauta, proyecto inconcluso?
Creer que el argumento es la novela o la película es como creer que una casa es un hogar. Una casa es una estructura y el argumento es lo mismo: un primer diagrama, una herramienta para organizar ritmos e intensidades.