Factorías de plumillas
Después de pasar un par de años en una escuela de escritura creativa, ¿se puede salir de ella convertido en un escritor cabal? La respuesta afirmativa o negativa es discutible, pero el tema cobra relevancia ahora que la Escuela de Escritura del Ateneo Barcelonés cumple 20 años de existencia. Se trata de la más grande de Europa y la segunda del mundo (después de la Gotham Writers Workshop de Nueva York). Cada año se inscriben en ella 2 mil 100 alumnos y 100 de ellos, según sus propios datos, publican el libro que trabajan durante el curso. Su egresado más famoso es Ildefonso Falcones, quien estructuró y pulió en sus aulas La catedral del mar, el bestseller que lo consolidó en el gusto del público lector de varios países.
Ésta, como otras de España, o como la francesa Àleph Ècriture o la italiana Scuola Holden (fundada por Alessandro Baricco), fueron creadas siguiendo el modelo de las universidades anglosajonas que, a partir de la segunda mitad del siglo XX, incluyeron en su sistema educativo este tipo de enseñanza. Pero, a diferencia de ellas, las mencionadas son entidades privadas y, en consecuencia, los estudiantes han de pagar miles de euros por asistir a clases en las que adquieren, en el mejor de los casos, técnicas narrativas, dominio de la lengua y un amplio bagaje literario y cultural.
El último Premio Nobel de Literatura, Kazuo Ishiguro, fue alumno del posgrado en Escritura Creativa de la Universidad de East Anglia (en la que, por cierto, también estudió Ian McEwan) y ahí produjo su primera novela,
Pálida luz en las colinas. No obstante, la mayoría de los “escritores consagrados” suelen alardear de ser autodidactas, curtiéndose en la escuela de la vida, leyendo a los clásicos y siguiendo sus propias reglas. En su libro De qué hablo cuando
hablo de escribir (Tusquets), Haruki Murakami cuenta que comenzó su carrera literaria sin preparación específica. “Estudié en la Facultad de Filosofía y Letras, en el Departamento de Artes Escénicas, pero por las circunstancias de la época apenas hinqué los codos y básicamente me dediqué a vagabundear por allí con mi pelo largo, la barba sin afeitar y un aspecto general más bien desaliñado”.
No sé ustedes, pero yo considero que una escuela de escritura creativa sirve para estimular la curiosidad, incluso el talento, proporcionar una buena guía de lecturas y una serie de herramientas para construir y pulir textos. Algo nada despreciable, sin duda, pero, a lo sumo, eso es tan solo el principio del camino. Es difícil que estas escuelas sean verdaderas “factorías de plumillas” porque para dedicarse de lleno a la escritura hace falta ser muy persistente y son pocos quienes poseen esa cualidad. Así que será mejor invertir dinero en viajes y en buenos libros y, sobre todo, procurar vivir experiencias de todo tipo. Como dice Murakami: “escribir una o dos novelas buenas no es tan difícil, pero sí escribir novelas durante mucho tiempo. No sé cómo explicarlo de forma precisa, pero para lograrlo hace falta algo especial. Obviamente se requiere talento, brío y la fortuna de tu lado, pero por encima de todo se necesita determinada predisposición. Esa predisposición se tiene o no se tiene. Solo las personas que a pesar de todo quieren escribir o no pueden dejar de hacerlo terminan por dedicarse a ello”.