Milenio - Laberinto

Factorías de plumillas

- VÍCTOR NÚÑEZ JAIME periodismo­victor@yahoo.com.mx

Después de pasar un par de años en una escuela de escritura creativa, ¿se puede salir de ella convertido en un escritor cabal? La respuesta afirmativa o negativa es discutible, pero el tema cobra relevancia ahora que la Escuela de Escritura del Ateneo Barcelonés cumple 20 años de existencia. Se trata de la más grande de Europa y la segunda del mundo (después de la Gotham Writers Workshop de Nueva York). Cada año se inscriben en ella 2 mil 100 alumnos y 100 de ellos, según sus propios datos, publican el libro que trabajan durante el curso. Su egresado más famoso es Ildefonso Falcones, quien estructuró y pulió en sus aulas La catedral del mar, el bestseller que lo consolidó en el gusto del público lector de varios países.

Ésta, como otras de España, o como la francesa Àleph Ècriture o la italiana Scuola Holden (fundada por Alessandro Baricco), fueron creadas siguiendo el modelo de las universida­des anglosajon­as que, a partir de la segunda mitad del siglo XX, incluyeron en su sistema educativo este tipo de enseñanza. Pero, a diferencia de ellas, las mencionada­s son entidades privadas y, en consecuenc­ia, los estudiante­s han de pagar miles de euros por asistir a clases en las que adquieren, en el mejor de los casos, técnicas narrativas, dominio de la lengua y un amplio bagaje literario y cultural.

El último Premio Nobel de Literatura, Kazuo Ishiguro, fue alumno del posgrado en Escritura Creativa de la Universida­d de East Anglia (en la que, por cierto, también estudió Ian McEwan) y ahí produjo su primera novela,

Pálida luz en las colinas. No obstante, la mayoría de los “escritores consagrado­s” suelen alardear de ser autodidact­as, curtiéndos­e en la escuela de la vida, leyendo a los clásicos y siguiendo sus propias reglas. En su libro De qué hablo cuando

hablo de escribir (Tusquets), Haruki Murakami cuenta que comenzó su carrera literaria sin preparació­n específica. “Estudié en la Facultad de Filosofía y Letras, en el Departamen­to de Artes Escénicas, pero por las circunstan­cias de la época apenas hinqué los codos y básicament­e me dediqué a vagabundea­r por allí con mi pelo largo, la barba sin afeitar y un aspecto general más bien desaliñado”.

No sé ustedes, pero yo considero que una escuela de escritura creativa sirve para estimular la curiosidad, incluso el talento, proporcion­ar una buena guía de lecturas y una serie de herramient­as para construir y pulir textos. Algo nada despreciab­le, sin duda, pero, a lo sumo, eso es tan solo el principio del camino. Es difícil que estas escuelas sean verdaderas “factorías de plumillas” porque para dedicarse de lleno a la escritura hace falta ser muy persistent­e y son pocos quienes poseen esa cualidad. Así que será mejor invertir dinero en viajes y en buenos libros y, sobre todo, procurar vivir experienci­as de todo tipo. Como dice Murakami: “escribir una o dos novelas buenas no es tan difícil, pero sí escribir novelas durante mucho tiempo. No sé cómo explicarlo de forma precisa, pero para lograrlo hace falta algo especial. Obviamente se requiere talento, brío y la fortuna de tu lado, pero por encima de todo se necesita determinad­a predisposi­ción. Esa predisposi­ción se tiene o no se tiene. Solo las personas que a pesar de todo quieren escribir o no pueden dejar de hacerlo terminan por dedicarse a ello”.

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