Seducción y violación
Que un hombre seduzca a una mujer, o que la viole, es lo mismo. En eso coinciden Calderón de la Barca y Andrea Dworkin. Y no son los únicos. Pareciera que también algunos editores de la Biblia. Por ejemplo, en el Éxodo (22:15–16), la Biblia de Jerusalén dice en el acápite: “Violación de una virgen”, pero el versículo: “Si un hombre seduce a una virgen, no desposada, y se acuesta con ella, le pagará la dote y la tomará por mujer”.
Como uno es moderno y cree que la sexualidad, cosa de cualquier bicho y planta, con los símbolos y la imaginación puede evolucionar en erotismo y hasta en amor, no puede hacerse a la idea de que esas dos cosas equivalgan. Seducción y violación no pueden ser ni siquiera parecidos: son recíprocamente excluyentes.
La seducción es un juego de civilización y abona el símbolo donde pueden coincidir deseos. Quien seduce, quiere que otra persona lo desee; cuando halla simetría, el juego crece y urge y da sentido a las cosas y las ganas y casi todo. Al contrario, la violación es un crimen, un delito cobarde.
De ahí el enojo: ¿quién diablos creyó que podían ser conceptos equivalentes? El versículo dice seducción, pero el acápite insertado por los editores criminaliza el texto y pervierte el sentido. En la Vulgata, San Jerónimo puso seduxerit (del verbo seduco: “llamar aparte, guiar hacia otro lado”, también puede usarse como “engaño”, pero en el sentido de llevársela al río creyendo que era mozuela, o como llevarla a lo oscurito) y es el mismo verbo que usan las biblias que vienen del latín. Pero Reina y Valera (1569) tradujeron del griego: “Y si alguno engañare á alguna doncella...”. En la Biblia Septuaginta, dice “apatése”, del verbo apatáo: “engañar, mentir, timar”. No tengo idea del hebreo. El portal bibliatodo.com ofrece esta traducción de la Torah: “Si un hombre seduce a una virgen...”.
Según esto, la Torah y San Jerónimo coinciden en el sentido; se dispara el griego, que deja una idea incompatible (para nosotros). En dos versiones existe el deseo femenino: alguien queda seducido por su propia gana; el griego entiende otra cosa: el engaño es algo que sucede sin el deseo del engañado (por ponerlo de modo simple, que luego se complica). El que engaña da gato por liebre; el que seduce ofrece algo que la otra persona quiere (por ponerlo simple, otra vez).
Esto no es filología. Es solo un reclamo de lector que, ante tanta zarandaja jurídica y mala cuenta de sexos, géneros y censos de piezas biológicas de más o de menos, simplemente extraña el deseo, el erotismo, el amor.