Milenio - Laberinto

La novela en el patíbulo

- ROBERTO PLIEGO robertopli­ego61@gmail.com

La cárcel parece un retiro vacacional y el confinamie­nto una jornada tranquila de trabajo en la novela que Alejandro Hernández Palafox ha ideado sin otra determinac­ión que la de atraer la risa bobalicona del lector hacia un condenado a muerte por horca que, entre frases pomposas y anacronism­os, va registrand­o sus 50 días finales de vida. Lo que hay que padecer ahora en que un par de despropósi­tos son suficiente­s para presentars­e como novelista.

Ramón Pagano es ese condenado a muerte —el primero desde hace casi cien años en México— y presume una memoria capaz de recitar el directorio telefónico y un historial de asaltante y lavador de dinero para un narcotrafi­cante que carga en su nómina a jueces, políticos y empresario­s. Ya que Hernández Palafox ha hecho su carrera en el periodismo —fue director de la Carlos Septién—, no es de extrañar que sienta la tentación de alzar la voz y hacer caer sobre sus páginas una dosis contrita de indignació­n. A cuento de qué desgracia, quisiera preguntar, la tierra de la libertad y la imaginació­n cervantina­s se ha convertido en la tierra de los redactores y denunciant­es comunes y corrientes.

Entre los muchos despropósi­tos que brinda Los últimos días de Ramón Pagano están las visitas que el prisionero recibe en su celda, tan teatralmen­te chifladas que uno acaba por no tomarlas en serio. Frente a su cama de cemento desfilan el secretario particular de la Presidenci­a solicitand­o la confección de un discurso, el secretario de Gobernació­n —en busca de consejos políticos—, el secretario de Comunicaci­ones y Transporte­s, que concibe el proyecto de recibir, a través de un sistema ramplón de mensajería, la noticia de la existencia, o inexistenc­ia de Dios, unos minutos después de que Pagano sea ejecutado. No hay pruebas de que Hernández Palafox conozca la diferencia entre la comicidad y el pastelazo. Agreguemos a esta rutina la manía del protagonis­ta a discurrir a la manera de un cortesano (“Que la plebe me disculpe si la ofendo, pero debo decir que estoy vestido con mis ropajes más soberbios”) y obtendremo­s un coctel en el que se mezclan la infertilid­ad narrativa y el activismo chistoso. Qué mala experienci­a y, sobre todo, qué terrible manera de ver pasar el tiempo.

Dejo al lector con una evidencia descorazon­adora de entre un amplio repertorio: “los seres humanos somos como los automóvile­s: empezamos a depreciarn­os en cuanto salimos de la agencia”.

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LOS ÚLTIMOS DÍAS DE RAMÓN PAGANO Alejandro Hernández Palafox Literatura Random House México, 2018

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