El establo de los bueyes
Aunque la cocina es el sitio de una vivienda donde se genera mucha felicidad y placer, tradicionalmente se procuró que fuese un recinto invisible o reservado. Vitruvio la arrincona en los planos que presenta en su Libro sexto de arquitectura y, en tratándose de casas de campo, llega a decir que “la cocina debe estar inmediata al establo de los bueyes, de modo que desde su pesebre se vea la chimenea y el sol cuando sale”. Un libro de 1804 asegura que “el mejor lugar para las caballerizas y cocinas son los extremos de las alas hacia la calle; porque de este modo se echan las basuras y agua de la cocina, sin que sea menester pasar por otro aposento”.
Me la pasé mirando varios libros con planos para casas pequeñas y departamentos publicados hasta la década de 1960. Habían pasado dos mil años desde Vitruvio y la cocina seguía metida entre cuatro paredes, casi siempre en un rincón.
Pero en estos días me puse a ver incontables departamentos de renta en la Ciudad de México, y encontré que en todas las construcciones nuevas, fueran modestas o de lujo, estuvieran en el Centro, Narvarte, Polanco, Santa Fe, Del Valle o en cualquier delegación, costaran diez mil o sesenta mil pesos mensuales, la cocina estaba ahí oronda, exhibicionista, intrusa en medio de la existencia, a veces con su lavadora y secadora, siempre con un ruidosamente ronroneante refrigerador, lista para que toda la vivienda huela a cebolla o grasa o ajo o a los restos de la cena en los trastes que se lavarán hasta mañana.
¿En qué momento la cocina perdió su modestia y se volvió tan protagonista? No lo sé, pero sin duda esto viene de alguna moda gringa. Quizá en las series de televisión comenzaron a mostrar cocinas abiertas, no porque existieran en realidad, sino porque así armaban el set para facilitar la filmación, y la gente empezó a creer que de verdad esa era la nueva elegancia gringa. Y los arquitectos fueron detrás, porque entre los gremios profesionales, el de la arquitectura es el más desorientado.
Y decir tal no es novedad, ya que otra vez citando a Vitruvio: “Veo que este gran arte lo practican con osadía los ineducados e incapaces, hombres que lejos de entender de arquitectura ni siquiera conocen el oficio de un carpintero”.
Yo no sé qué se enseñe hoy en las facultades de arquitectura, pero cada vez me gustan menos los exteriores e interiores y cada vez se parecen más unos a otros, como si la ilusión de un arquitecto no fuese la originalidad, sino una fabricación en serie para que nos sintamos que estamos viviendo en un hotel Howard Johnson o Marriot o Hilton, porque una vez dentro vaya uno a distinguir una cadena hotelera de otra, con los mismos acabados, muebles y baños.
Alguien me explicó que el diseño de los departamentos está hecho para que uno pueda ir del salón al comedor a la cocina y de regreso sin dejar de ver la televisión, que estará en un lugar privilegiado, cual altar para un dios. Siendo así, comprendí que los diseños contemporáneos en verdad son clásicos y respetan al pie de la letra los consejos de Vitruvio, cuando dijo que “la cocina debe estar inmediata al establo de los bueyes”.