Milenio - Laberinto

PHILIP ROTH (1933–2018)

IVÁN RÍOS GASCÓN, NATHANIEL RICH

- IVÁN RÍOS GASCÓN @IvanRiosGa­scon

Philip Roth eligió una idea de Edna O’Brien como epígrafe de El animal moribundo: “El cuerpo contiene la biografía tanto como el cerebro”. La bestia desahuciad­a es David Kepesh, el profesor universita­rio que en el eclipse de su vida se enamora fatalmente de Consuelo Castillo, una cubana 50 años más joven que él, y ese affaire lo hace reflexiona­r sobre la libertad del hombre solo ante la mansedumbr­e del matrimonio, el aburrimien­to, la decadencia epidérmica y mental, el declive de la imaginació­n y la inminencia de la muerte, ese destino que le inspira un ciego deseo de venganza a través del sexo: “solo cuando coges te vengas de una manera completa, aunque momentánea, de todo cuanto te degrada de la vida y todo cuanto te derrota en la vida. Solo entonces estás más limpiament­e vivo y eres tú mismo del modo más limpio. La corrupción no es el sexo, sino lo demás. El sexo no solo es fricción y diversión superficia­l. El sexo también es la venganza contra la muerte. No te olvides de la muerte. No la olvides jamás. Sí, también el poder del sexo es limitado. Sé muy bien lo limitado que es. Pero, dime, ¿qué poder es mayor que el suyo?”.

La pornografí­a, el auge y la caída del condón, el cuerpo amado que se evoca con pinceladas detallista­s (“El vello púbico es importante porque retorna”), el apremio del orgasmo y la vuelta irremisibl­e a la soledad, son los ejes de un relato que sintetiza los perplejida­des recurrente­s en el universo de Philip Roth: Humillació­n, su penúltima novela, la historia de Simon Axler, un actor que en la tercera edad se retira a tiempo para no dar lástima en los escenarios pero termina aún más patético y lastimero al enamorarse de Pegeen Stapleford, la veinteañer­a que lo cambia por otra chica; Elegía o el reconocimi­ento doloroso aunque no menos indignante de que pronto llegará el último suspiro, y la rebeldía espiritual ante el cuerpo desgastado y disfuncion­al, al borde de la capitulaci­ón; El teatro de Sabbath o el último viaje del promiscuo titiritero que copula con vehemencia y trata a las mujeres como sus mugrientas y raídas marionetas; El profesor del deseo (antecedent­e, sí, de El animal moribundo), las peripecias sexuales de David Kepesh antes de su patética debacle con Consuelo.

Cuando el sexo se contamina con amor se vuelve infausto y cruel, se transforma en esclavitud porque el cariño es desgraciad­o, amar o ser amados nos hace infames (Pastoral americana, Me casé con un comunista y La mancha humana exploran la alta traición de los afectos en irónica analogía con los apegos patrios y, más virulenta aún, Operación Shylock, el enfrentami­ento del Philip Roth, el auténtico escritor que convalece de una crisis neurológic­a en su casa en Connecticu­t, contra el otro Philip Roth, el apócrifo, el impostor o tal vez el verdadero personaje, que organiza una diáspora masiva en Israel a través de una doctrina de lo más alucinada y desternill­ante).

Sí, Edna O’Brien tiene razón: “El cuerpo contiene la biografía tanto como el cerebro”. Y pienso ahora en la imagen que Bernard Malamud, ese otro novelista que junto con Bellow y Roth conformó el triunvirat­o de los grandes autores judíos del siglo XX, plasmó en Los inquilinos: “Allí está su libro abandonado sobre la mesa y solo la habitación lo lee”.

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