El niño actor
Don Ignacio López Tarso: Es usted un hombre de teatro a quien desde sus inicios el poeta Xavier Villaurrutia apoyó para que triunfara en la escena nacional. Nadie puede arrebatarle el título de narrador de corridos de la Revolución, con lo que el teatro en atril se dio a conocer a nivel popular en las plazas de gallos y pueblos de México, por su “buen decir”. Es usted un pedazo de historia en la cultura de nuestro país.
Hoy que lo veo en la versión mexicana de la obra argentina del dramaturgo Carlos Gorostiza, Aeroplanos, descubro que a sus 93 años existe la vitalidad de un niño en un cuerpo cuya edad cobra el paso del tiempo. Pero no importa: usted juega con los espectadores, con el actor que lo acompaña en la escena, con las intenciones del director de la obra, Salvador Garcini, cómplice de usted para que se luzca como el histrión que ha sido desde sus tiempos mozos. Tiene usted un niño actor interno que no lo deja en paz.
Recuerdo sus películas, especialmente dos que lo catapultaron como actor de dimensiones populares: los filmes de Roberto Gavaldón, Macario y El gallo de oro, el primero con guión de Emilio Carballido, basado en el relato de B. Traven, y el segundo con guión de Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez, basado en el relato de Juan Rulfo. Entra usted a la historia del cine nacional, ahí donde los mitos alrededor de la muerte y los usos y costumbres de los pueblos logran ese sincretismo mexicano que subyuga a extranjeros.
Imposible borrar su huella al lado de María Félix en La cucaracha, La bandida o La generala, cintas que le dieron arraigo entre sus admiradores por una carrera que lo ha llevado a no renunciar a la actuación y a morir de pie en el escenario. En Aeroplanos, en sus ojos de niño actor vive atrapado un cuerpo vetusto que cumplió sus sueños.
Empezó usted en el teatro clásico, cuando se empeñaba en ser actor de carácter junto a Narciso Busquets o Augusto Benedico. Lo traicionó la búsqueda de la fama y partió al teatro comercial, y su éxito lo empujó a la televisión, cuando el cine no ofrece papeles a su altura. Admito que nunca lo he visto en la tele.
Es usted un incansable actor en busca del aplauso, ese público que nunca lo abandonó hasta el final de su carrera. Lo corroboramos en la función de Aeroplanos: de pie, lo ovacionan a sus 93 años, después de casi dos horas en la escena donde ni siquiera se le ve el cansancio al caminar, respirar o decir sus parlamentos, ese donde un anciano prácticamente ha sido abandonado por su familia y comparte con su amigo de toda la vida los recuerdos a granel, con alegría, sin pesimismo.
Me recuerda usted a María Conesa, “La gatita blanca”, en sus últimas funciones en el Teatro Blanquita, interpretando aquel “ay, ay, ay, ay, mi querido capitán…”, para morir dos días después, el 4 de septiembre de 1978. No me queda la menor duda de que morirá usted de pie, en la escena.
Gracias, don Ignacio.