Cómo sacudir la memoria
Fritzl Agonista remite a las heridas que provoca el abuso sexual a manos de un padre monstruoso
El final de Fritzl Agonista deja al espectador hundido en el asombro, en la inmovilidad y el silencio. La tragedia derivada del abuso sexual sufrido durante 24 años por Elizabeth Fritzl, hija de Josef, conocido como “El monstruo de Amstetten”, toma forma en escena a partir de movimientos, sonidos, imágenes y acciones físicas realizadas por dos actrices al centro de un rectángulo acotado, como el contenedor–habitación que mantuvo en el encierro a siete hijos producto del incesto.
Enmarcadas por tubos de luz blanca y un tapiz rojiblanco, que remite al diseño de linóleo que cubría el suelo de muchas casas en la década de 1980, dos jóvenes actrices descalzas, con blusa blanca y falda tableada, amasan en silencio una extensa pasta con la que cubrirán su rostro, piel metafórica que se caerá en pedazos de cuerpos reales.
La obra de Emilio García Wehbi (Buenos Aires, 1964), reconocido por haber fundado El periférico de objetos, articula una dramaturgia abierta nutrida por distintos lenguajes escénicos y acciones en progresión, que le otorgan una dimensión mayor a una historia que, sin ser lineal, incide poderosamente en el espectador que se enteró y en el que no tuvo noticias de lo acontecido entre 1984 y 2008, a 130 kilómetros de Viena.
El director, Sixto Castro Santillán —que en 2014 ganó el Premio Gerardo Mancebo del Castillo Trejo con su obra Bolito lo explica
todo, sobre adolescentes en destrucción—, da un salto cualitativo al dirigir una puesta en escena que se aleja de toda predicción o de intentos banales por reproducir los crímenes cometidos por el ingeniero austriaco condenado a cadena perpetua en un psiquiátrico.
Utensilios y materia prima propios de una cocina construyen símbolos de significado múltiple, que en manos de las actrices Ana Karen y Rocío Damián generan pasajes de violencia ilimitada subrayados por la reproducción de voces infantiles y adultas, masculinas y femeninas, que construyen a retazos, en la imaginación del espectador, potenciada por la acción escénica, la percepción de la aniquilación humana.
Fritzl Agonista es una provocación escénica que sacude la memoria y activa la percepción del espectador mediante imágenes y sonidos que atraviesan la barrera de silencio que envuelve a unos personajes convulsos, sumidos en la imposibilidad de romper el cerco que se nutre de ellos mientras los aniquila.
Castro Santillán expone con brutalidad el vínculo entre víctima y victimario sin sangre ni alaridos, mediante una interlocución de cuerpos que reaccionan a estímulos negativos que soportan y repelen en un brusco y continuo ataque que los une y aleja para después reunirlos en su necesidad de distancia.
El diseño escenográfico y de vestuario de Natalia Sedano, que remite a la opresión, lo rutinario y lo socialmente aceptado, resalta la amenazada sustancia vital de los personajes y de los elementos naturales utilizados en escena, enmarcados por la iluminación de Alejandra Escobedo, que consigue el efecto de alejar y acercar las acciones de los dos únicos personajes que representan a todas las víctimas, al tiempo en que la escenofonía de Andrés Castro y Santiago Kohury otorga las pistas clave de la tragedia y se engancha en la memoria ancestral de quien se da licencia de percibir con los sentidos.
Como si se tratara de una obra plástica en movimiento, en la que dos personas sin rostro expusieran sus entrañas sin despojarse de una sola prenda, el presente montaje condensa la esencia trágica expansiva del abuso sexual infantil al interior de la familia, mediante acciones, movimientos y manipulación de objetos orgánicos que detonan en el espectador sus propios monstruos.