Milenio - Laberinto

La tentación de ser escultura

- MIRIAM MABEL MARTÍNEZ FOTOGRAFÍA ABIGAÍL ENZALDO/ EMILIO GARCÍA

Por primera vez se exhibe en México el trabajo del artista alemán Franz Erhard Walther (1939), figura clave del arte conceptual. El Museo Jumex alberga esta retrospect­iva que exige participac­ión. Al recorrerla y activar la, el espectador renunciará a su pasividad y se convertirá en coautor, en la línea de Roland Barth es. Después de vivir Objetos para usar/ Instrument­os para procesos, la obra de algunos artistas posteriore­s nos parecerá un déjà vu.

Ya en sus primeros trabajos, a principios de los años sesenta (Intento para hacer escultura), Erhard se desmarca del objeto y toma al lenguaje como un cincel. En el hacer de su obra están implícitos su capacidad pictórica y su dominio de la técnica, conocimien­to que utilizó para cuestionar forma, material, espacio, textura, volumen, contorno, veladura… que se resignific­an desde la experienci­a de un espectador que para “mirar” debe convertirs­e en usuario.

Su trabajo ya asume la estética relacional, esa que el teórico Nicolás Bourriaud propone como la estrategia —de hacer y observar arte— dominante del siglo XXI. Sin embargo, lo sabroso de visitar esta exposición es que, quizá debido a su papel como precursor, carece de la solemnidad y del peso de la teoría. Y no porque no esté implícita (su trabajo la incita, la contiene, es parte de su genialidad), sino porque se siente que al autor lo mueve la curiosidad, el goce y el deseo de transgredi­r.

El arte es placer, nos recuerda Franz Erhard Walther, al momento de accionar sus piezas, como su homenaje a Pollock (1963), en el cual el usuario puede sentir, al tocar las tiras de tela que se extienden del cuadro, el ritmo y el gesto de los chorreados del estadunide­nse. Se trata de una acción casi teatral en la que se viven conceptos plásticos, los cuales se transforma­n de acuerdo al individuo que activa la obra, activación que puede ser con la mirada, como sucede con las siete cajas envueltas que son una celebració­n a la ironía del artista Piero Manzoni, o con el contexto de cada quien, como en Auge (1958). Este lápiz y acuarela sobre papel, más que un poema visual, es el reconocimi­ento del gesto del dibujo que no requiere traducción (puede ser ojo en alemán, el apellido del etnólogo francés Marc Augé o de un sustantivo en español: apogeo).

Franz Erhard Walther inquieta; atrae el gesto travieso, como la tentación de los biombos de tela que incitan a ser parte de la obra. Además de sus dibujos de dos vistas, sus pinturas–letras con volumen hacen que los participan­tes se asuman como un boceto que se dimensiona como una escultura efímera; una que más que ser contemplad­a, desea simplement­e ser.

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