Milenio - Laberinto

Entre libros y bandoleros

- ALONSO CUETO

Estoy en una de las salas más bellas del mundo, rodeado de lirios en todas las formas y colores. Lirios azules, celestes, blancos brillando en un fondo de bruma. Lirios para acercarse a ellos y quedarme siempre con su aroma entre los ojos. Es la sala de Monet en el Art Institute de Chicago, uno de los mejores museos del mundo. Mientras sigo frente a la luz elegante y silenciosa de estos cuadros, también recuerdo la vida de Monet. Casado con su adorada Camille, se entregó muy joven a la pintura. Cuando la perdió (ella tenía 32 años), Monet aprovechó esta tragedia como un impulso para su arte. Nunca pintó mejor que después de la muerte de Camille y luego, cuando su segunda esposa Alice también murió, se entregó a una etapa de madurez fructífera, antes de caer víctima de las cataratas. La muerte fue la inspiració­n de la vida eterna de estos cuadros. Alguna vez Monet dijo que su mejor obra de arte era el jardín de su casa.

Chicago (cuyo nombre viene de la traducción francesa de una palabra nativa que significa “cebolla”) apunta a las alturas, con más de mil rascacielo­s, y se sumerge en las profundida­des, con una red de canales que atraviesan el cemento como venas abiertas. Está construida sobre la antigua urbe destruida por el incendio de octubre de 1871. Por entonces, Louis Cohn, un jugador de dados, derribó una lámpara que encendió una llama. Chicago, por entonces hecha de madera, fue devastada por un incendio de tres días. Para escapar de la culpa, Cohn atribuyó el incendio a un farol que una vaca había derribado en un establo. Dieciocho mil edificios desapareci­eron y 300 personas murieron. Pero gracias a esa catástrofe, se construyó una ciudad nueva. La que hoy vemos está poblada de torres, algunas de ellas del gran Frank Lloyd Wright (por desgracia también hay una Torre Trump que afea en algo el paisaje). En el paseo por los canales vemos el que quizá fue el primer parque de diversione­s inaugurado en Estados Unidos. Allí está la Ferris Wheel, obra del ingeniero George Ferris, que conoceríam­os como la “Rueda de Chicago”.

Es también la ciudad de las mitologías del joven asaltante John Dillinger, que asaltaba bancos sin herir a nadie. Dillinger fue considerad­o un justiciero que le daba su merecido a los bancos (muchos estarían de acuerdo). Acribillad­o a balazos saliendo de un cine, por orden de Edgar Hoover, Dillinger creó su leyenda a los 31 años. También es la ciudad del gran contraband­ista Al Capone (también conocido como “Caracortad­a”), autor de la Masacre de San Valentín. Es la ciudad en cuyos suburbios corretea Esperanza Cordero, la niña de la novela The House on Mango Street, de Sandra Cisneros. Bandoleros, lirios, grandes incendios, canales de agua. Nada más nuestro que estos contrastes.

Chicago apunta a las alturas, con más de mil rascacielo­s, y se sumerge en las profundida­des

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