Milenio - Laberinto

El deseo de ser otro

- FERNANDO ZAMORA @fernandovz­amora FOTOGRAFÍA ALFA PICTURES

Lo que quiere una mujer lo quiere Dios”. Con este razonamien­to Romain se mete en la cama a la sirvienta. El problema es que hay otra mujer en su vida que no aprueba esta relación: su madre. Promesa al amanecer es una película de época, nostálgica y narrada en voz en off. Nos conduce desde la infancia del protagonis­ta en Lituania hasta un día de muertos en México. Y es la historia de este hombre que recuerda a su madre y acepta por fin que todo lo que tiene como escritor se lo debe a ella, a mamá. Pero le debe también todas las tristezas, hay que decir.

Romain Gary escribió estas memorias en 1961; el novelista de éxito, el actor, el suicida; el único que consiguió ganar dos veces el Premio Goncourt, el que, como Arthur Rimbaud, siempre quiso ser otro, un seudónimo, pues, como afirma la madre (quien ya se va viendo que es la auténtica protagonis­ta de la película): un verdadero escritor francés no puede tener apellido ruso. A decir verdad, Promesa al amanecer pasa trabajos para hacer justicia a un autor con una vida tan novelesca que resulta increíble. La actuación de Charlotte Gainsbourg, fetiche del infame Von Trier (infame porque su declaració­n “entiendo a Hitler” le ganó el repudio del cine mundial), es formidable. No se desnuda como en todas sus películas y tal vez por ello la vemos más humana, haciendo a la madre judía de acento lituano, la mujer que aspira a que el hijo haga todo lo que ella no pudo. Y Romain, el hijo, en efecto se volvió una luminaria a pesar de que se sintió siempre insatisfec­ho, siempre tan necesitado de “algo más” que un 2 de diciembre de 1980 se metió en su cama con pijama, cerró las persianas y acarició no a una mujer sino a un revólver Smith & Wesson calibre 38 especial que guardaba consigo desde hacía mucho. Se metió el revólver en la boca y se voló la tapa de los sesos.

Esta película resulta demasiado llena de peripecias. Sí, tenemos una gran producción, vemos al protagonis­ta que no se cansa de seducir, volar aviones, sentir nostalgia e indignarse por el antisemiti­smo que siempre ha sufrido el mundo. Lo malo es que dicha producción no puede transmitir la pavorosa necesidad psicológic­a de compensar la sensación de no ser amado incondicio­nalmente. Es aquí donde entra la madre y donde entusiasma Gainsbourg: ella sí que logra transmitir a la mujer que tiene todas sus esperanzas, todo su narcisismo, sus frustracio­nes y sus miedos puestos en el hijo, el héroe de guerra que fue incapaz de ganar la batalla contra sí mismo. Promesa al amanecer está llena de guiños a quien conoce la vida de Romain Gary. Todo el tiempo lo vemos con un revólver, y cuando crece atisba con deseo a un grupo de rubias en la playa de Niza, como si fuesen diosas arrojadas por el mar y en cuya piel brilla el agua del Mar Mediterrán­eo, pero más que angustiado lo vemos enojado. Lo vemos escribir pero, como en todas esas películas que se solazan en la genialidad de un artista, el guión resulta incapaz de introducir­nos en los misterios del oficio. Porque parece muy evidente que ser escritor no se reduce a apretar teclas en una máquina de escribir. En Romain no vemos el tormento de quien vuelca en fantasías el deseo de ser otro. Eso que logran otras películas de escritores. Como Mishima de Schrader o

Expiación de Joe Wright. En ellas podemos entender la angustia de un escritor que habiendo ganado el mundo es incapaz de salvarse a sí mismo.

Vemos al protagonis­ta que no se cansa de seducir e indignarse por el antisemiti­smo

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Promesa al amanecer (La promess de l’aube). Dirección: Eric Barbier. Guión: Eric Barbier. Francia, 2017.

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