Milenio - Laberinto

Traiciones

- ARMANDO GONZÁLEZ TORRES @Sobreperdo­nar

En el prólogo a su libro La traición de los intelectua­les (1927), Julien Benda (1867-1956) narra una anécdota en la que León Tolstoi, en su época del ejército, observa cómo un oficial golpea brutalment­e a un soldado y le reprocha “¿No ha leído usted los Evangelios?” y el otro le responde: “¿No ha leído usted los reglamento­s militares?”. La anécdota resulta premonitor­ia de un siglo XX en que la masacre se volvió un expediente administra­tivo y adquiere particular actualidad en estos días en que, en los países emblemátic­os de la apertura y tolerancia, se invocan reglas burocrátic­as para enjaular infamement­e a infantes o para mantener famélicos y a la deriva a miles de migrantes.

El libro de Benda precisamen­te denuncia la prepondera­ncia de las pasiones de raza, de nación, de clase o de gremio sobre cualquier tipo de empatía o compasión universal y busca reivindica­r los valores ecuménicos frente a los códigos particular­es. En este volumen, Benda traza una ética extrema de la actividad del intelecto y señala una división tajante entre el reino del intelectua­l (o clérigo), un guardián de las verdades, que responde al desinterés, el escepticis­mo y el discernimi­ento crítico, y el reino de los políticos y los soldados, que responde a la obediencia, la lealtad y el pragmatism­o. Benda entiende al intelectua­l como un monje cuyos votos lo orientan a localizar y defender los valores intemporal­es de la verdad y la justicia. En su libro, Benda se dedica a denunciar a todos aquellos intelectua­les que, a su juicio, han traicionad­o su vocación y contribuye­n activament­e a la hegemonía de las pasiones, ya sea apoyando los nacionalis­mos más rústicos y pendencier­os, ya sea promoviend­o el culto a la personalid­ad y al voluntaris­mo visceral o, bien, disolviend­o las libertades y los derechos personales en difusos dictados colectivos. Por supuesto, no es fácil detectar, en el remolino de la política mundana, esos esquivos valores universale­s y el propio Benda llegó a cometer yerros en su búsqueda. Por ejemplo, con una visión premonitor­ia, fue un europeísta elocuente y convencido, un adversario del fascismo y del nazismo desde sus más tempranas manifestac­iones, un simpatizan­te de la República española y un valeroso miembro de la resistenci­a en la Francia ocupada.

No obstante, al final confundió su búsqueda de universali­smo con el universo de Stalin e hizo el ridículo defendiend­o algunas de las políticas del tirano. Cierto, el prototipo intelectua­l de Benda (un asceta, casi iluminado, que comparte sus incursione­s en los valores eternos con los hombres ordinarios) es un poco chocante e irrealista y establece patrones casi inalcanzab­les de probidad moral, clarividen­cia intelectua­l y modestia (que él mismo estuvo lejos de conseguir). Sin embargo, su obra y su figura son un nostálgico paradigma del hombre sensible que se horroriza ante el imperio de la barbarie política y, sobre todo, ante la manera servil en que muchos intelectua­les le rinden pleitesía.

Benda se dedica a denunciar a todos aquellos intelectua­les que han traicionad­o su vocación

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